La fotografía velada
Capítulo I. 1
Cuando me establecí de forma más estable, mi madre insistió que ahora que tenía más espació, me llevase todas mis cosas de su casa. Quería vaciar aquella habitación donde había consumido las horas de mi infancia, para convertirla en un living. ¡Vaya palabreja! Mi madre, una castiza meseteña, de aquellas de mantón y peineta en la procesión del Jueves Santo, de novenas a la Virgen de los Llanos, para que sus hijos saliesen sanos y salvos de un resfriado común. Ahora se descolgaba llamando living a una sala de estar, de aquellas de mesa camilla y butacas orejeras en rededor, con un brasero bajo las faldas de la mesa, para cuando comenzaban a apretar los rigores del apacible clima de aquel entrañable pueblo castellano, que había ido creciendo lentamente al amparo de un montículo, sobre el que señoreaba un escueto castillo, que alzaba sus almenas a mil metros sobre el mar, el cual imaginaba en las húmedas tardes de primavera, cuando soplaba el levante llevando los lejanos aromas de las algas y las sales marinas.
En una tarde lánguida, de luz otoñal, surgió el momento para desembalar los recuerdos de mi niñez. Abrí una botella de vino, aspiré su aroma y me vi rodeado por los ralos bosques de mi tierra. Mientras sonaba la melanconiosa melodía de un blus, descorché mi vida pasada. El buqué de mi infancia volvió a mí. La despreocupación y el ansia arrebatadora por descubrir un mundo nuevo en cada esquina.
Allí, dentro de una carpeta con el nombre del colegio donde pené mi niñez, entre los certificados de unas notas bastante modestas, que me hicieron recordar las penas y los trabajos que me costaron conseguir, en aquella carpeta de cartulina endurecida por la edad, se encontraba una fotografía del colegio. Pero aquella fotografía tenía algo especial.
Enfocaba la puerta principal de aquel antiguo edificio donde cuatro titanes se retorcían bajo el peso del ojo omnisciente, que irradiaba su control desde el mismo centro del frontón. A los pies de aquellos colosos descendía una amplia escalinata, cuyo centro aparecía velado, como si se tratase de una transparencia donde no se acertaba adivinar que contenía.
Reconocí la monumental puerta principal del colegio de curas donde había cursado la enseñanza básica.
Quedé atrapado en aquella tela de araña donde se había centrado el objetivo de la cámara.
Atrapado en aquella anomalía.
En un intento por desvelar su secreto, vi un grupo de estudiantes, maestros y curas que posaban ordenados en los escalones de la portada. Era un típica fotografía de curso, pero de pronto aparecía, de entre mis nieblas etílicas, una araña gigante que envolvía con su tela a las impasibles personas. Al fin, no se podía saber quien era quien bajo aquel manto arácnido, que difuminaba los cuerpos que albergaba haciéndolos irreconocibles.
Seguramente se trataba de una fotografía en la que yo era uno de los protagonistas, junto a mis compañeros de infortunios docentes y el equipo que se obstina en infringirnos tales infortunios. Pero ¿qué pasaba?, ¿por qué habíamos salido veladas las personas, mientras el edificio aparecía nítido, hasta los mínimos detalles?
Buah! impresionante!! me ha encantado tu manera de detallar las cosas, metículosa pero no empalagosa y también el pequeño misterio que parece surgir entre lo cotidiano.
ResponEliminaA ver a ver...
Gràcies Vix.
ResponEliminaEspere poder parlar amb tu de més coses.
Feliç any nou.
Hola Xavi,
ResponEliminame está gustando mucho tu cuento. Estaré atenta al final. El blog también me parece una muy buena idea, lo seguiremos de cerca. Ánimo y suerte con él, saludos,
Loles