En Corbera de Llobregat, como cada año, se prepara el pesebre vivo más antiguo de estas tierras. Más de doscientas personas dan vida a aquel momento que recuerda el nacimiento de Jesús, el que llegaría a ser Dios de los cristianos. Como cada año, el número de espectadores ha ido creciendo, y este año, el año más duro de una crisis sobrevenida por los excesos de los usureros, especuladores y soberbios en general, la gente ha pensado
–¿Donde iremos a pasar la víspera de Navidad? –¡Ah!, como no tenemos un euro podemos ir aquí al lado, a Corbera de Llobregat, a ver el pesebre. –¿Y no vamos mejor al Centro comercial, de tiendas y a ver una película? –Sí, sí. ¡Yo me pido un cubo muy grande de palomitas! –¡Sí hombre! Con la que está cayendo, ¡qué no me han pagado la extra este año! ‒¡Nos aburriremos un montón, papa! –Nada de eso. No habéis estado nunca en el pesebre viviente. Piensa que no son figuras, que son personas entre las que puedes caminar y los oyes hablar y los ves hacer trabajos ... –¿Y nosotros también podemos hacer de personajes del Belén? –No sé. Quizá sí. –Yo me pido hacer de pastorcillo. –Yo de pastorcilla. –Que tontos que sois, yo me pido de rey Herodes, que tiene un castillo y soldados. Así ha ido llenándose de visitantes la Penya del Corb, donde ya hace medio siglo que se viene representando este pesebre. Uno de los momentos álgidos de la representación es la venida del ángel de la anunciación, aquel que vino a decirle a María que se había quedado preñada, claro el palomo del espíritu santo la debe tener muy pequeña y la pobre María ni se había percatado. Este año, la aparición en escena del angelote ha sido espectacular. Parece como si se abriera el cielo, un rugido estrepitoso baja junto a focos de luz cegadora que cae sobre el portal del pesebre, donde la Virgen María de este año -que no es otra que Carme, la hija de Carmeta la pescadera, que en primavera de este año se le apareció un palomito durante las fallas de San José y le hizo un bombo una noche de luna llena en la playa de la Malvarrosa - acaba de dar a luz en directo y en exclusiva por los visitantes que en este momento se encuentran más cerca del pesebre. De entre medio de aquella luz cenital se ha ido manifestando un ángel con un largo vestido de plata y oro, y unas alas enormes, que extendidas dan al ángel una envergadura el doble de su altura. Este personaje empuñaba un espada de luz, roja como una llama, que iluminaba de rojo su cara, que quedaba a contra luz, en la penumbra. En resumidas cuentas recuerda un guerrero sith del lado tenebroso de la fuerza, un servidor del archimalvado emperador de la guerra de las galaxias. La gente, medio cegada por los foco de luz, se ha encogido con un cierto recelo; entonces se ha oído la voz atronadora de un aparato de megafonía que procede de detrás de la aparición: –En nombre de Dios y por orden del Papa de Roma – , se ha oído como un eco al fondo «y toma» – se hace saber a todo el mundo que el toro queda expulsado del pesebre –. El ángel hace una pequeña pausa que pareció larguísima por el silencio que acompaña a la sentencia de exilio –. El burro se puede quedar, ya que después la sagrada familia debe viajar a Egipto. Esta orden se ejecutará inmediatamente y sin posibilidad de apelación. El silencio se ha instalado entre la gente del pesebre viviente y los visitantes, solo se escucha el zumbido de unas aspas gigantes, como si alguien tuviese calor y hubiese puesto en marcha un ventilador de techo. El angelote empieza a ascender acompañado por una fanfarria de trompetas, pero de pronto detiene su ascensión y hace una bajada muy rápida, se oye un ¡oh!, mortecino, todo el mundo ha creído que se mataría en la caída, pero no, se para en seco y se vuelve a oír aquel trueno de voz: –¡Ah! Se me olvidaba. Vengo a anunciaros que Dios a nacido –. Vuelve a sonar la fanfarria mientras el angelote reanuda su ascensión. José, en la realidad Albert el garrut, anarquista profeso, sale del pesebre y grita a las alturas: –¿Y aquello de «Paz para los hombres de buena voluntad »? –Eso ya no se lo cree ni Dios –, se escucha como se lo anuncia el ángel desde las alturas, pero sin megafonía. La luz se ha ido arriba arriba, hasta convertirse en un puntito en el cielo estrellado de esta noche de luna llena. Por esta razón, algunas personas que se han situado en un cerro próximo, para hacer una merienda campestre, con fuet, tortilla de patatas y unas botellitas de vino negro del terreno, han podido observar como un aparato semejante a un helicóptero, con un logotipo en los laterales que les recuerda el escudo papal, se aleja del escenario del pesebre vivo. Cuando la luz se ha perdido en este cielo nocturno, un pesado silencio cae como una losa sepulcral sobre la Penya del Corb. Todas las miradas están puestas en el toro del pesebre. Este nunca se había sentido tan observado, está acostumbrado a estarse allá, todo quieto, rumiando la paja que el José le sirve, lanza su aliento para calentar el recién nacido y, de vez en cuando, da un mugido, como una saludo para tranquilizarlo y espantarle las pesadillas. El toro inclina la cabeza y sale del pesebre. Cuando ya ha atravesado el umbral, Albert le da una abrazo ‒ Ánimo, hermano ‒. El toro se le queda mirando desde la noche sin estrellas de sus ojos, san José, entendiendo un reproche en su mirada, le dice ‒ Hazte cargo. Tengo mujer y un niño acabado de nacer, no puedo enfrentarme con las autoridades‒. El toro gira la cabeza y mira al Jesusito, da un mugido de despedida que llena de melancolía los corazones de los asistentes. El pobre recién nacido, que no es Dios, ajeno a los acontecimientos, ha entendido que el toro le canta una de sus nanas y sonríe de satisfacción. El toro empieza a descender por la cuesta, dirige sus pasos a “ca el sastre”, quien al verlo hace entrar en la casa a toda su familia y la cierra con cerrojo. La figura de aquel angelote gigantesco, con la cara ensangrentada y ojos rojos, le hacía venir cagalera. En el descenso lo intenta en todas las casas del pueblo y en todos los casos se encuentra con la puerta cerrada y atrancada. El pobre toro es ve empujado al exilio por la falta de la solidaridad de sus vecinos. La voluntad del Papa oprime a los hombres de paz, que a pesar de tener simpatía por el pobre animalito, temen al enviado Papal, con aquella figura terrible, más propia de los infiernos que del cielo. Pero así son estos tiempo donde todo se ha vuelto al revés.
Continua el éxodo del toro del pesebre de Navidad hacia el sur. Dentro de cuatro días llegará una nueva entrega con las nuevas aventuras del protagonista y el desenlace del cuento.
A Corbera de Llobregat, com cada any, es para el pessebre viu més antic d'aquestes terres. Més de dos-centes persones donen vida a aquell moment que recorda el naixement de Jesús, el que arribaria a ser Déu dels cristians. Com cada any, el nombre d'espectadors ha anat creixent, i aquest any, l'any més dur d'una crisi sobrevinguda pels excessos dels escanyapobres, especuladors i superbs en general, la gent ha pensat
– On anirem a passar la vespra de Nadal?
– Ah!, com no tenim un euro podem anar ací a tocar, a Corbera de Llobregat, a veure el pessebre.
– I no anem millor al Centre comercial de tendes i a veure una pel·lícula?
– Sí, sí. Jo em demane una poalà ben gran de roses!
– Sí home! En la que està caient, què no m'han pagat l'extra enguany!
‒ Ens avorrirem a cabassades, pare!
– Res d'això. No heu estat mai al pessebre vivent. Pensa que no són figures, que són persones entre les que pots caminar i els sents parlar i els veus fer feines ...
– I nosaltres també podem fer de personatges del Betlem?
– No sé. Potser sí.
– Jo em demane fer de pastoret.
– Jo de pastoreta.
– Que faves que sou, jo em demane de rei Herodes, que té un castell i soldats.
Així ha anat omplint-se de visitants la Penya del Corb, on ja fa mig segle que es ve representant aquest pessebre.
Un dels moments àlgids de la representació és la vinguda de l'àngel de l'anunciació, aquell que va vindre a dir-li a Maria que s'havia quedat prenyada, clar el colom de l'esperit sant la ha de tenir molt xicoteta i la pobre Maria ni se n'havia adonat.
Aquest any, l'aparició en escena de l'angelot ha estat espectacular. Sembla com si s'obrira el cel, un rugit estrepitós baixa junt amb focus de llum encegadora que cau a sobre el portal del pessebre, on la Verge Maria d'aquest any -que no és una altra que Carme, la filla de Carmeta la peixatera, que a la primavera d'enguany se li aparegué un colomet durant les falles de Sant Josep i li va fer un bombo una nit de lluna plena a la platja de la Malva-rosa - acaba de donar a llum en directe i en exclusiva pels visitants que en aquest moment es troben a prop del pessebre.
D'entre mig d'aquella llum zenital s'ha anat manifestant un àngel amb una llarga vesta d'argent i or, i unes ales enormes, que esteses donen a l'àngel una envergadura el doble de la seua alçada. Aquest personatge empunyava un espasa de llum, roja com una flama, que il·luminava de vermell la seua cara, que quedava a contra llum, en la penombra. Tot plegat recorda un guerrer sith del costat tenebrós de la força, un servidor del arximalvat emperador de la guerra de les galàxies.
La gent, mig encegada pels focus de llum, s'ha encongit amb un cert recel; aleshores s'ha sentit la veu atronadora d'un aparell de megafonia que ve de darrere de l'aparició:
– En nom de Déu i per ordre del Papa de Roma – , s'ha sentit com un eco al fons «i toma» – es fa saber a tothom que el bou queda expulsat del pessebre –. L'àngel fa una xicoteta pausa que semblà llarguíssima pel silenci que acompanya a la sentència d'exili –. El burro es pot quedar, ja que després la sagrada família ha de viatjar a Egipte. Aquesta ordre s'executarà immediatament i sense possibilitat d'apel·lació.
El silenci s'ha instal·lat entre la gent del pessebre vivent i els visitants, només s'escolta el brunzit d'unes aspes gegant, con si algú tingués calor i hagués engegat un ventilador de sostre. L'angelot comença a ascendir acompanyat per una fanfàrria de trompetes, però de prompte deté la seua ascensió i fa una baixada molt ràpida, es sent un oh!, somort, tothom ha cregut que es mataria en la caiguda, però no, es para en sec i es torna a sentir aquell tro de veu:
– Ah! Se m'oblidava. Vinc a anunciar-vos que Déu a nascut –. Torna a sonar la fanfàrria mentre l'angelot reprèn la seua ascensió.
Josep, en la realitat Albert el garrut, anarquista professant, ix del pessebre i crida a les altures:
– I allò de «Pau pel hòmens de bona voluntat »?
– Això ja no seu creu ni Déu –, s'escolta com s'ho anuncia l'àngel des de les altures, sense megafonia però.
La llum s'ha anat amunt amunt, fins convertir-se en un puntet en el cel estrelat d'aquesta nit de lluna plena. Per aquesta raó, algunes persones que s'han situat en un turó proper, per tal de fer un berenar campestre, amb fuet, truita de creïlles i unes botelletes de vi negre del terreny, han pogut observar com un aparell molt semblant a un helicòpter, amb un logotip als laterals que els recorda l'escut papal, s'allunya de l'escenari del pessebre viu.
Quan la llum s'ha perdut en aquest cel nocturn, un silenci feixuc cau com una llosa sepulcral a sobre la Penya del Corb. Totes les mirades estan posades en el bou del pessebre. Aquest mai s'havia sentit tant observat, està acostumat a estar-se allà, tot quietot, remugant la palla que el Josep li serveix, llança el caliu del seu alè per escalfar el nadó i, de tant en tant, dóna un mugit, com una salutació per tranquil·litzar el nounat i espantar-li els malsons.
El bou acota el cap i ix del pessebre. Quan ja ha travessat el llindar, l'Albert li fa una abraçada ‒ Ànim, germà ‒. El bou se li queda mirant des de la nit sense estreles dels seus ulls, en sant Josep, entenent un retret en la seua mirada, li diu ‒ Fes-te el càrrec. Tinc muller i un xiquet acabat de néixer, no puc enfrontar-me amb les autoritats‒. El bou gira el cap i mira el Jesuset, dóna un mugit d'acomiadament que ompli de melangia els cors dels assistents. El pobre nadó, que no és Déu, aliè als succeïts, ha entès que el bou li canta una de les seues nanes i fa un somriure de satisfacció.
El bou comença a descendir per la costera, dirigeix les seues passes a “ca el sastre”, qui en veure-ho fa entrar en casa a tota la seua família i la tanca amb forrellat. La figura d'aquell angelot gegantí, amb la cara ensanguinada i ulls vermells, li feia vindre caguera.
En la davallada ho intenta en totes les cases del poble i en tots els casos es troba amb la porta tancada i barrada.
El pobre bou és veu empés a l'exili per la manca de solidaritat dels seus veïns. La voluntat del Papa oprimeix els hòmens de pau, que tot i tindre simpatia pel pobre animaló, temen l'enviat Papal, amb aquella figura esfereïdora, més pròpia dels inferns que del cel. Però així són aquests temps on tot s'ha capgirat.
El bou del pessebre de Nadal continua el seu èxode cap al sud. Dins de quatre dies arribarà una nova entrega amb les darreres aventures i el desenllaç del conte.
Aparegué a http://loscallejones.net/2012/09/09/la-guardia-civil-detiene-en-algar-a-dos-personas-por-robo-de-cable-de-cobre/
Noves
parelles, velles coses.
I
Coses de parelles.
Amaneix en l'humit camí de la
Fillola, a banda i banda avances mig ocults per la vegetació de la vora,
emboçats en uns anoracs verds, com el color de les falagueres dels marges i
coberts amb unes boines del mateix color, vestigis dels característics capots i
tricorns d'una de les parelles més famoses del segle XX: la parella de la
guàrdia civil. Protagonista de tants relats de lladres i serenos o d'acudits
junt amb els gitanos.
Es paren sota la figuera, des
d'allà poden vigilar les dues vessants del turó a l'hora que romanen ocults als
que puguen vindre.
Romerales trau una bossa de
picadura de tabac i un llibret de paper per enrotllar cigarrets, oferint-ho al
seu company. Aquest ho refusa. Romerales ja s'ho esperava, de fet ha estat una
broma, l'Hernàndez és un xic modern: no fuma, no veu... viu una vida sana i és
especialment pudent amb el consum de marihuana, que per molts col·legues és una pràctica consentida.
Romerales ho sap, és per això
que es posà a fumar tabac enrotllat a mà, les parelles ja ho tenen aquestes
coses, ho fan aposta com contra punt a totes aquelles mirades còmplices, a
l'acord tàcit on no calen comentaris...
II
Noves parelles
Fa anys, quan Romerales va
arribar directament de l'acadèmia, va ser tot un esdeveniment, fins hi tot
autoritats i periodistes anaren a donar-li la benvinguda, s'ompliren pàgines de
diari, no debades fou la primera dona guàrdia civil al País Valencià. I què
dona! El capità de la comandància de Xàtiva havia d'actuar amb molta cautela.
El capità no volia ser l'autor de cap fet deshonrós, de l'èxit d'aquesta missió
hi depenia el seu futur professional: si triomfava es veuria ascendint
ràpidament, si per contra fracassava el forçarien a retirar-se. En un primer
moment, Romerales ocupà un lloc a l'oficina, però dos mesos més tard arriba a
la caserna Hernàndez, un jove molt seriós que venia de Mallorca. El capità va
veure l'oportunitat i els emparellà. Els companys hi tenien enveja d'Hernàndez.
No feia encara sis mesos quan
Romerales va rebre una trucada d'Hernàndez al seu mòbil particular, li va
demanar que es reuniren amb urgència en un bar cèntric, volia fer-li saber un
neguit que portava amagat a dins del cor i ja no podia suportar-lo més.
Romerales va anar amb la intuïció que li declararia el seu amor, però ella no
estava preparada. En arribar va veure a Hernàndez assegut al costat d'un home
jove amb bigoti.
·
Romerales
et presente a Robert el meu nuvi.
·
Que
sorpresa!
·
Espere
que ho comprengues.
·
Més
que tu no creus. Jo també tinc una altra sorpresa: soc lesbiana.
(Publicat a Relats en Català el 10 de gener de 2007, sota el pseudònim de Rodamons)
Volvimos a hacer de la
casa del bosque nuestro nunca-jamás particular; del lago, nuestra
fuente de vida; y de la montaña, nuestra fortaleza.
El verano fue
trascurriendo con las intermitencias que dictaba nuestro trabajo,
entre semana una frenética carrera hacia el fin de semana siguiente.
Durante la semana nos absorbía de tal manera que no nos dejaban
demasiado margen para la melancolía, pero de vez en cuando veía un
bote de mermelada y me acordaba de Jorge. En aquellos momentos
deseaba que fuese el viernes para encontrarme con él en nuestro
paraíso, en nuestro universo privado.
La demoledora rueda de la
vida seguía girando, y así como molía las esperanzas, también
molía nuestros temores. Acabamos por pensar que aquel viejo
vagabundo, con nombre de mago de opereta, solo era un charlatán que
nos había embaucado con su palabrería de feria. No teníamos motivo
para preocuparnos, y en todo caso, si era verdad lo que decía el
viejo brujo, siempre teníamos nuestro amor, que nos salvaguardaba de
los funestos efectos del conjuro.
Llegó el doce de octubre
y con él el festival de la antigua escuela de Jorge, pero no tuvo
valor para asistir. El padre Fulgencio le había dicho que harían un
acto especial en recuerdo de todos los compañeros ausente y Jorge
sería el que recibiría los honores en nombre de todos. Aquella
propuesta le sumió en la melancolía. Desde entonces empezó a
cambiar algo en su interior. Yo no me percataba, estaba muy enamorada
y cada momento que estaba con él era como un sueño. Nuestros
trabajos nos separaban entre la semana y los fines de semana eran muy
cortos para mí. Fue a partir de octubre cuando Jorge empezó a tener
que asistir a congresos y seminarios de fin de semana, a los cuales
su empresa le obliga a asistir. Yo maldecía a su empresa, a los
datos y al dios de los análisis de datos.
Encendieron las luces de
navidad en Madrid y iluminó las sombras de mi desesperación. Por
fin tenía la solución, como había tardado tanto en darme cuenta.
Corrí hacía el Bebol-Babel, tenía la urgencia de contárselo a mi
mejor amiga.
– Lo tengo todo
pensado, la noche de fin de año se lo pido –. Isabel me miraba
sorprendida.
– Pero por qué tienes
tanta prisa. Apenas lo conoces –. Esperaba más entusiasmo por
parte de mi amiga.
– Lo conozco desde
pequeña –. Respondí un tanto molesta.
– Mujer, eso no cuenta.
¿Cuanto hace que vais juntos?, ¿tres meses? – Parecía que estaba
decidida a hundirme la moral.
– En julio nos dimos el
primer beso –. Saboreé el recuerdo de aquel momento.
– Bueno, pero si el
primer día que lo conociste te echaste encima de él–, me reprochó
aquella que decía ser mi amiga.
– Ya sabía que era mí
hombre.
– Tú lo que estás es
enamorada hasta los tuétanos –. Sonreí y afirmé con la cabeza –.
Pero ¿y él? – Vaya pregunta, a quien se le ocurría.
– Pues también –
Vaya con la preguntita, pues no me estaba haciendo pensar que...
– Y tú ¿cómo estás
tan segura? – La muy … sabuesa.
– Porque eso una lo
sabe –. Mi respuesta era convencional, como sacada de un manual de
tópicos.
– Escucha Julia. Te
hablo como amiga. Te quiero mucho, tú lo sabes. – Me miraba con
unos ojos tiernos, mientras me tomaba de las manos –. Creo que te
precipitas pidiéndole que se case contigo.
– Pero si es la
solución, nos queremos y solo podemos estar juntos algunos fines de
semana –. Mi voz sonaba como una súplica. Como si mi amiga fuera
la autoridad divina, la que tenía que darnos su bendición y
autorizar nuestro matrimonio.
– Cariño –, Isabel
acarició mi cuello y acercó su cabeza hacia la mía, hasta que
nuestras frentes se juntaron –. Solo me preocupas tú. Pero, ¿has
pensado en que puede ser que a él no le guste que tomes tú la
iniciativa? Es un hombre después de todo. Si le pides tú el
matrimonio, y en la fiesta de fin de año, puede que salga corriendo
–. Me vi de pronto en la Puesta del Sol, de rodillas abriendo una
caja con un anillo, y en la pantalla gigante la cara de asombro y
bochorno de Jorge. Le conté a Isabel mi visión y nos asaltó un
ataque de risa. Veíamos a Jorge huir despavorido entre el público
de la plaza, mientras le abrían camino a la vez que le hacían la
ola.
–¿Si le digo que se
venga a vivir conmigo, crees que se lo tomará mejor? – Sugerí
– Seguramente no
saldrá, corriendo –. Volvió a reír –. Pero por si acaso, que
no salga en la pantalla gigante y díselo mientras le metes manos.
– ¿Mientras le meto
mano? – No lo entendía.
– La neurona la tendrá
concentrada en el asunto y no pensará en salir huyendo.
Así que estaba todo
decidido, en la fiesta de fin de año, después de la última
campanada, después del beso de año nuevo y mientras mi mano le
hurgara entre la entrepierna, le susurraría al oído mi propuesta.
Estaba nerviosa. Lo
llevaba todo en secreto. Había vaciado una parte de mi armario y
había hecho hueco en la alacena del baño. Había comprado un galán
de noche como regalo de bienvenida. Me había comprado un vestido de
fiesta que era como el lazo de un regalo, que pedía a gritos que lo
desembalara, y dentro estaba yo, como un manjar dispuesto para ser
saboreado.
Sonó el timbre de la
puerta, era él.
– Sube, ahora mismo
salgo –. Le dije por el telefonillo del portero automático.
Sonó el teléfono.
«Dios, todo a la vez. Y a mí me falta todavía ponerme los
pendientes», pensé mientras cogía el teléfono.
– Dígame – Alguien
dijo mi nombre –. Sí, soy yo ¿Qué sucede? – En aquel momento
oí cerrarse la puerta del apartamento. Era Jorge. Se acercó a mí
justo a tiempo para recogerme cuando mis piernas perdieron su fuerza.
– ¿Qué pasa Julia? –
Me miraba, yo no podía responder, la cabeza me daba vueltas. Él
tomó el auricular y habló –. Julia esta un poco indispuesta, ¿qué
ha pasado?
– Siento haberles dado
esta mala noticia, y más en un día como este.
– ¿De qué mala
noticia me habla? – Jorge me interrogaba con la mirada, pero me
faltaba aliento para poder hablar, y las ideas las tenía confusas.
– El señor Villaplana
ha fallecido no hace todavía una hora –. La noticia también le
golpeó a él.
– Estaremos allí en
una hora. Lo que tardemos en llegar. Salimos ahora mismo –. Las
palabras se le apelotonaban en la boca. Colgó. Me miró y nos
fundimos en un abrazo. Di gracias por tener a mi lado a Jorge en un
momento como aquel.
Ya más serena, pensé
que sería mejor cambiarme de ropa antes de salir para la residencia.
En poco más de una hora
estábamos ante el cuerpo sin vida de mi padre.
– Sentimos mucho su
perdida –. La enfermera de noche, nos informó de la posibilidad de
velar el cuerpo aquella noche en una sala especial que tenían en la
residencia. Nos dijo que los operarios de la funeraria estaban
preparando el cadáver y en unos minutos podríamos pasar a la sala.
– Gracias –. Solo
quería estar a solas, con Jorge. Poder llorar en su hombro.
– ¿Cómo ha sucedido?
– Preguntó Jorge, refiriéndose a la muerte de mi padre.
– Ha sido un final
amable. Cuando hemos ido a despertarlo para ir a la cena de fin de
año, lo hemos encontrado durmiendo. No hemos podido despertarlo. Ya
no tenía pulso –. Respondió la enfermera.
– Se ha ido soñando –.
Lo dije con alivio. Después de toda esa enfermedad tan degradante,
por lo menos al final no había sufrido. – Seguro que soñaba con
mi madre.
Al cabo de unos minutos,
nos dejaron pasar a la sala. Mi padre estaba allí, dentro del ataúd,
como dormido.
Más tarde nos trajeron
unas bandejas con el catering de la cena que la residencia
estaba sirviendo en aquella noche a sus huéspedes.
En el silencio de aquella
sala, resonaba como un recuerdo la música de la cena de gala, en la
que una orquesta reproducía éxitos de hacía cuatro décadas.
Aquella música me llenó de melancolía. Ya no volvería a ver más
a mi padre. Ahora ya no tenía a nadie. Pero no era así. Allí
estaba Jorge, con sus manos entre las mías. Dándome el calor de su
compañía, y la comprensión de su silencio. Aquella tenía que
haber sido la noche en la que iba a pedirle que viniera a vivir a mi
casa. En aquel instante cesó la música. Nos mirábamos sin saber
exactamente que pasaba. De pronto estallaron las carcasas de un
castillo de artificios. Era el año nuevo. El dos mil once. Habíamos
sobrevivido al conjuro de Melquiades. Nos besamos. Le miré a los
ojos, y lo vi claro, ese era el momento.
– ¿Quieres casarte
conmigo? – Salieron las palabras por mi boca con la ternura de un
suspiro. Él se echo hacia atrás.
– Pero Julia, ¿qué
dices? – Su cara se había convertido en un mapa de arrugas que
convergían en el fruncido de su ceño–. Tú padre está ahí,
todavía caliente, y tu estás pensando en bodas –. Soltó mis
manos y yo me sentí sola ante un mundo inhóspito.
– Pero te quiero –.
Pero en mi cabeza oía la voz de Isabel «y él, ¿te quiere?» –
¿Tú me quieres? – Hice la pregunta y temí la respuesta.
– No es eso, Julia –.
Eludía la respuesta –. Este no es el momento.
– Me he quedado sola en
la vida –, con la mirada le supliqué comprensión –, y no quiero
estar sola. Quiero compartir mi vida contigo.
– Pero este momento es
muy delicado. Ese sentimiento de soledad que te ha dejado la muerte
de tu padre, te puede engañar. Y si no es amor lo que sientes, que
pasará cuando te recuperes de este sentimiento de perdida y te
encuentres encadenada a mí. No quiero ser una carga para ti.
– ¿Lo dices por mí o
por ti? – Aquellas palabras me penetraban como cuchillos. Sentía
como se abría en mi pecho una brecha que llegaba hasta mi corazón.
Lo sentía latir con fuerza, cada vez más rápido, a punto de
estallar.
– Puede que también lo
diga por mí. Sí –. Bajó la cabeza. Rehuía mi mirada –.
Últimamente me siento un poco agobiado por tu... – dudaba, no
encontraba las palabras con que suavizar lo que quería decirme –,
por tu amor.
– ¿Agobiado? – Le
grité –. Pero si apenas nos vemos. Entre semana hablamos poco, y
solo cuando yo te llamo, y los fines de semana... ja, los fines de
semana no nos vemos porque siempre tienes algún viaje, algún
seminario de empresa o … – acababa de verlo claro –, son solo
excusas para no estar conmigo, ¿verdad?
– No quiero discutir.
Este no es el momento –. No me quería y no era lo bastante
valiente como para decírmelo a la cara. No sé por qué en aquel
momento volvieron a sonar en mi cabeza las palabras del viejo
Melquiades: «Todo se acabará cuando tu padre pague o se muera »,
«el amor puede anular los efectos del hechizo».
– Tú te has
aprovechado de mi. Te has escudado en mi amor, para no morir y ahora
que ha muerto mi padre, te ves libre y me dejas tirada –. La rabia
cargaba de veneno mis palabras.
– Julia, creo que debo
irme antes de que diga algo de lo que me arrepienta –. Su mirada
era tierna, pero a mí me pareció insultante –. Creo que te
quiero, pero necesito que tú me quieras como soy, con mis
limitaciones, respetando mi espacio.
– ¿Qué quieres decir,
que yo soy la culpable? –. Al final estalló, pero no fue el
corazón, sino una sonora bofetada que le regalé de despedida.
Sus ojos se inundaron y
los míos lanzaban rayos que le perforaban la espalda mientras se
alejaba por el corredor.
Cuando Jorge desapareció
por las escaleras de acceso al aparcamiento, mi padre asomó la
cabeza por la puerta de la sala de velatorio.
– ¡Estoy vivo! ¡Estoy
vivo! – Mi padre estaba vivo. Pero ¿cómo era posible? Pulsé el
timbre que llamaba a la enfermera de noche. Mientra llegaba, intente
hablar con mi padre.
– Papa, ¿estás bien?
Siéntate, no te vayas a marear –. No podía creer lo que estaba
viendo. Mi padre estaba muerto hacía unos segundos y ahora...
– ¡Soy inmortal! –
Saltaba y bailaba. No lograba que se quedara quieto. Entonces entró
la enfermera. Al ver a mi padre, que por fin había despertado del
profundo sueño de la muerte, llamó por un telefonillo a sus
compañeras y les pidió que llevaran un inyectable con
tranquilizante.
Cuando llegaron sus
compañeras, se dieron cuenta que no habían traído la medicación y
la enfermera salió a toda prisa hacia el depósito de
estupefacientes.
Yo estaba confusa. Jorge
se había ido. Le había dicho cosa que realmente no pensaba. Le
había hecho daño y ahora se había ido de mi vida. Me asomé a una
ventana del corredor, desde allí pude ver como subía en su coche y
salía del aparcamiento. En mi cabeza resonaban las palabras de
Isabel «Creo que te precipitas». Quise llamarlo por la ventana,
pedirle perdón. Pero la ventana no se abría. Corrí hacia la calle
y grité:
– Jorge, vuelve.
Perdóname. Vuelve –, corría agitando mis brazos –, mi padre
está vivo.
Creo que me vio por el
retrovisor. Cuando estaba saliendo a la rotonda, paró el coche y se
giró hacia mi. No vio como se le echaba encima un camión de gran
tonelaje, que no pudo frenar a tiempo.
Yo estaba allí plantada,
pidiéndole perdón a gritos. Ante mis ojos, cargados de
culpabilidad, aquel camión arrolló el coche de Jorge y lo dejó
sepultado entre un amasijo de metal y plástico. Caí de rodillas
justo en el momento que el coche estalló en llamas.
Perdí la noción del
tiempo. Empecé a despertar de aquel letargo cuando una enfermera de
la residencia me envolvió en una manta.
Los bomberos apagaban el
incendio del coche y rescataban de la cabina del camión al
conductor, que todavía estaba vivo. La ambulancia llegaba en ese
momento, y la guardia civil controlaba el tráfico y sacaba
fotografías del accidente.
La enfermera me
acompañaba a la residencia arropada en la manta. Me abrazaba para
darme más calor. Miró hacia el edificio y dijo:
– Su padre, está ahí
–. Lo había olvidado, mi padre estaba vivo.
– Sí. Está vivo,
¿verdad? – Pero ella señaló hacia la terraza de la residencia.
– Su padre, está ahí
arriba –. Mi padre estaba en lo alto de la terraza y en un
movimiento inesperado en alguien de su edad, se subió sobre la
caseta del ascensor.
– ¡Soy inmortal! –
Gritaba y bailaba bajo la luz de la primera luna llena del año –.
¡Puedo volar como Superman! – Tomando carrerilla, se lazó con el
brazo derecho extendido y el puño cerrado hacia un vuelo sin
escalas, que lo llevó directo al otro mundo.
El médico dice que
padezco estrés postraumático que bloquea las imágenes más
impactantes de aquella noche. No puedo caminar, me molesta la luz y
la gente. Solo viene a visitarme Isabel. Hoy me ha traído una
fotografía de aquella montaña con el lago de aguas cristalinas.
Entre los reflejos de sus aguas, me parece ver la cara de Jorge,
transparente, como en aquella fotografía velada.
fin
Como se dice en catalán: "conte contat, se'n va per un forat".
Salimos
de aquella casa encantada, junto a aquel enigmático lago donde se
reflejaban los verdes pinos, y la cima de roca viva, únicos testigos
de aquella mágica noche. En aquel momento, no sentí ninguna pena al
abandonar aquel paisaje, el escenario de mi felicidad. Me sentía
capaz de enfrentarme al mundo entero, no tenía miedo a nada, porque
ahora sabía que no estaba sola.
Con
ese nuevo sentimiento de plenitud, tomé mi coche y conduje hasta
Sevilla la Nueva. Jorge estaba sentado a mi lado. Había bajado la
capota y disfrutábamos del refrescante aire de aquella mañana de
sábado, del mes de agosto más radiante de mi vida.
Grabé
la fecha en el libro de mi memoria con martillo y escarpe, como si lo
hiciera en la roca de aquella montaña: seis de agosto de dos mil
diez. Nunca olvidaré la noche en la que se gestó nuestro amor.
Una
hora más tarde estábamos ante la entrada de la residencia en la que
vivía mi padre.
– Entre
pinos – leyó Jorge el rótulo de la entrada, mientras pasábamos
por debajo con el coche –. ¡Caramba! Esto debe salir por una
pasta... – no había malicia en su voz, pero no acabó de gustarme
aquella expresión. Sí, expresión, porque no había llegado a
formular una pregunta, ni era una exclamación de asombro. No
transmitía ninguna intencionalidad, solo era la manifestación de una
idea fugaz, sin malicia.
– Se
trata de mi padre – . Escuché mi propia voz y la noté carga de
reproche. Quise suavizarla –. El ha cuidado de mí toda la vida –.
Detuve el coche en el aparcamiento, en una de las plazas que estaba
libre, y me giré para mirarle fijamente a los ojos. El me miraba con
atención, como esperando que continuara hablando –. Mi trabajo
está muy bien remunerado y … –, me quedé mirándolo a los ojos,
no sabía que pensaba él, y yo no sabía que decir, finalmente me
sorprendí a mi misma oyéndome decir – y se lo debo.
– No
tienes porqué justificarte –. Me sonrió y acarició mi cara, con
una cierta melancolía en la suya –. Solo es que he pensado en mi
madre, ella está muy bien, pero hay momentos en los que pienso que
se hace mayor y yo no podré cuidarla, mis hermanas ya tiene
bastante con sus familias –, su mirada se perdió entre las ramas
de los pinos tratando de visualizar un futuro que odiaba, pero que
estaba allí, oculto por las ramas del presente, como la cegadora
certeza del sol –. No quería pedirte explicaciones, solo ha sido
un acto reflejo. Me he preguntado si yo podría pagarle una
residencia así a mi madre.
Nos
reunimos con mi padre en los jardines, fuimos paseando durante un
rato hasta llegar a una pequeña glorieta donde había una mesa de
piedra con bancos, también de piedra, bajo un quiosco de hierro
forjado, donde se emparraban varias trepadoras y predominaba la
campanilla azul. Nos sentamos en aquella acogedora sombra.
Había
dejado hablar a mi padre durante todo el paseo. Parecía bastante
lúcido, pero había ignorado totalmente a Jorge. Yo no sabía si se
había dado cuenta que me acompañaba. Mi padre hablaba y hablaba,
con si no hubiera hablado con nadie desde la última vez que
estuvimos junto. Cuando nos sentamos, miró a Jorge con una cierta
sorpresa en su cara. Aproveché la ocasión:
– Papá,
este es Jorge, mí … – , me quedé parada, no supe como
continuar. Iba a decir «mí novio», pero no había hablado con
Jorge sobre cual era ahora nuestra situación. Una nube gris
oscureció el reflejo de la montaña y un súbito viento helado rizó
la tranquila superficie del lago –, amigo … del pueblo –. Jorge
abrió mucho los ojos y alzó las cejas, lo había sorprendido. Creo
que en ese momento él vio como la superficie del lago mostraba el
oscuro color de las insondables profundidades del alma ajena.
– ¿Te
conozco? – Preguntó mi padre. Intentaba recordar a alguien en particular. Pero cómo podía mi padre acordarse de Jorge, solo era un
niño de once años cuando nos fuimos del pueblo.
– Nos
conocimos, pero seguro que no me recuerda. Yo era pequeño y me
hizo una fotografía junto a mis compañeros de colegio ¿Se acuerda?
– Jorge, tenía la esperanza de avivar el memoria de mi padre.
– ¿Una
fotografía? Yo he hecho muchas fotografías en mi vida. No puedo
acordarme de todas –. Lo miró con mayor detenimiento todavía –.
Pero a ti te conozco de cuando eramos jóvenes. ¿Cómo dices que te
llamas?
– Jorge.
Jorge Cordrac –. Pronunció su apellido con un sentimiento
especial. Como si quisiera dejar constancia que venía de una antigua
estirpe. A mi padre le cambió la cara. Se hizo hacia atrás en el
banco de piedra.
– ¿Qué
quieres Manolo? Ya te he dicho que ha sido una año muy seco – . Me
quede sorprendida. No esperaba que mi padre perdiera la razón en
aquel momento. Jorge parecía interesado en las palabras de mi padre.
Yo no podía entender que encontraba de interesante en las
alucinaciones seniles de un anciano enfermo.
– Yo
soy el hijo de Manolo. Mi padre murió hace años.
– No
me engañes. ¿No tenías bastante con darme una paliza? Deja en paz
a mi hija. Ella no tiene nada que ver –. Iba perdiendo la razón,
al mismo ritmo que perdía la paciencia. No quise asistir impasible a
aquella muestra de la degradación humana, mucho menos cuando se
trataba de mi padre. Lo cogí de una mano, mientras con la otra le
giraba con delicadeza su cara hacia mí.
– Papá,
cariño, ¿Te acuerdas de nuestra casa del pueblo? Aquella que tenía
una fuente en el patio. Habían muchas plantas –.
Intenté desviar su atención para tranquilizarle.
– Las
pone mamá para regarlas... –, se quedó mirando el estanque con
nenúfares que había junto al quiosco – , está tan bonito el
patio con todas las macetas junto a la pila llena de agua. Cuantas flores. ¡Huele!, que fragancia –,
evocaba aquellas imágenes como si las estuviera viendo en aquel
momento. Ya no se acordaba del padre de Jorge. Sus ojos estaban
llenos de imágenes de tiempos felices.
– ¿Te
acuerdas de las fotografía que hacías? – Fui introduciendo el
tema poco a poco, para no perder la magia tranquilizadora de la imagen de mi madre.
– Soy
el mejor fotógrafo del pueblo. Estos catetos no saben sacarle
provecho a la cámara y al laboratorio –, hizo un inciso para
captar mi atención; en voz baja, como si lo que me iba a contar
fuera un gran misterio–, porqué el secreto está en el laboratorio,
hay que saber como trabajar con el revelador.
– Tengo
una de sus fotografías, donde las persona no aparecen con claridad –
. Jorge no entendía que había que tener tacto, mucho tacto, con los enfermos de
alhzeimer: mi padre cambió de nuevo de actitud.
– Ya
se lo he dicho a los curas: es un defecto del revelador – le espetó
desafiante.
– Pero,
es que aparecen cuando están muertas – , respondió Jorge con un
cierto tono de impaciencia. Mi padre se levantó. En sus ojos,
turbados por la mezcla de sentimientos, se mostraba el miedo y la
ira. Su voz sonó rota.
– Te
arrepentirás de lo que me hiciste, Manolo. Tu hijo pagará por la
paliza que me diste. ¡Maldito! – Se giró y salió corriendo.
Aquellas palabras me dejaron atónita. Cuando quise reaccionar, mi
padre había desaparecido en dirección al laberinto de setos que
había en el centro del jardín. Me quedé preguntándole con la mirada qué es lo que estaba sucediendo.
– Me
confunde con mi padre –, hizo una pausa. Al ver que continuaba esperando más concreción en su respuesta, prosiguió –. Nuestros padres, que
eran muy amigos, tuvieron una pelea de jóvenes. Todavía no habíamos
nacido nosotros. Después no se volvieron a hablar nunca más.
– Por
eso no me dejaban que jugara contigo ni con tus hermanas.
– Seguro
–. Permaneció callado. Algo le preocupaba.
– Ya
te dije que mi padre está muy enfermo y no sabe lo que se dice.
– Vive
en el recuerdo. Para él lo que pasó hace veinte años es el
presente –. Se le notaba preocupado, pero yo no quería hurgar en
un pasado que podía perturbar mi reciente felicidad –. Me preocupa
su maldición.
– No
hagas caso de los desvaríos de un anciano –, no quería que
volviera a caer en aquella depresión que lo entristecía.
En
ese momento apareció entre las ramas colgantes de la enredadera, la
cabeza cana y la cara surcada de profundas arrugas de aquel
enigmático personaje, al cual había conocido en mi anterior visita.
– No
es una maldición –, su voz resonó como si saliera de las entrañas
de la tierra –. Al menos no es su maldición.
– ¿Qué
quiere decir? ¿Quien es usted? – Jorge estaba doblemente
sorprendido, por la intromisión y por el misterio que entrañaban
sus palabras.
– Perdonen
ustedes –, tomó asiento frente a nosotros. A mí me daba un poco
de miedo, me acerqué a Jorge hasta que metí mi hombro en su pecho,
obligándole a rodearme con su brazo –. Me pueden llamar
Melquiades.
– ¿Y
su apellido? –, preguntó Jorge en un evidente intento de socavar
la seguridad en si mismo del anciano.
– Los
de mi estirpe no usamos apellidos –, se quedo mirando divertido a
Jorge –. Los apellidos son para los débiles, para los que
necesitan a sus antepasados para que los protejan.
– ¿He
de entender que es usted un gitano? – Jorge continuaba queriendo
poner nervioso a Melquiades. ¿Por qué los hombres son así de
competitivos? Los hay que se las dan de machitos haciendo alardes de
fuerza y retándose a peleas, pero los otros alardean de retórica y
se enredan en discusiones inútiles.
– Muchacho,
tranquilízate. No soy una mala persona, después de todo –, las
arrugas de la cara del anciano se agudizaron y , no sin sorpresa,
lograron transmitir amabilidad –. Yo fui el que le vendí a tu
padre el revelador –. Ahora me miró fijamente.
– Mi
padre dice que usted es medio brujo –, las palabras salieron solas,
sin pensarlas, y una vez pronunciadas tuve miedo.
– Bien,
he andado mucho y durante mucho tiempo. He visto cosas que a la gente
normal le cuesta de entender. Y una o dos cosas he aprendido durante
todo este tiempo –. Si buscaba tranquilizarme con aquellas
palabras, no lo consiguió –. Tu padre no es mala persona, pero
tiene un defecto muy grande: no paga sus deudas.
– Eso
también lo dice mi madre –, dijo Jorge y se ganó un codazo en la
boca del estómago.
– Ya
me debía algunas cosas, así que cuando le vendí el revelador le
hice un encantamiento que aprendí en la India –. Dejaba caer sus
frases como con cuentagotas –. Solo quería asegurarme el cobrar –.
Nueva pausa –. Pero el vicio de tu padre es más grande que él.
– ¿Qué
quiere decir? ¿Cual era el encantamiento? – Notaba como se
desbocaba el corazón de Jorge, que no podía sufrir el ritmo pausado
del viejo brujo.
– Se
trata de un conjuro de cobro. Así lo llamaba mi maestro Karmirahtam
–. Hizo una nueva pausa y me miró –. Allí abunda la gente que
tiene la misma tara que tu padre.
– Por
favor, vaya al grano que le va a dar un ataque al corazón –, le
dije refiriéndome a Jorge, a quien notaba al borde de la
desesperación.
– El
encantamiento consiste en que lo que le vendes deja de funcionar
después de un tiempo, y no vuelve a funcionar hasta que te lo pagan.
– Pero
si no lo ha pagado, ¿cómo es posible que funcione de nuevo cuando
la gente muere? – Jorge, no acaba de entender la simplicidad de
aquel encantamiento, y yo no podía creer nada de lo que estaba
escuchando.
– Yo
introduje una pequeña modificación sobre el encantamiento original
–. Nueva pausa. Nuevo aparte dedicado a mí –. En la India la
gente es más temerosa de Dios, pero tu padre necesitaba un aliciente
mayor. Así que en la nueva fórmula la consecuencia del impago no
era solamente el funcionamiento anómalo –. Nueva pausa. Miró
fijamente a los ojos de Jorge – . Usé la invocación de la sábana santa. Los que estaban en la fotografía
morirían en el año de su trigésimo tercer aniversario. Aquellos
que tenían más de esta edad en el momento de la fotografía morirían en el mismo año que los más jóvenes.
– Dios
mio, eso quiere decir que moriré este año –. A Jorge la noticia
le dejó el color de la muerte anunciada.
– Pero,
algo se podrá hacer –. Yo también estaba alterada –. Retire el
encantamiento.
– No
es tan fácil –. Melquiades, no perdía su serenidad, pero se
encogía de hombros ante mi desesperación –. Una vez hecho el
encantamiento no se puede deshacer. Solo si paga la deuda el
encantamiento perderá su efecto.
– Entonces
no hay problema. ¿A cuánto asciende la deuda? ¿Como quiere que se
lo pague? – Saqué la chequera y me dispuse a escribir la cifra que
él me dijera. No me importaba la cantidad.
– No
puede pagarla nadie más que él –. Melquiades me cerro la chequera
y me acarició la mano en un intento por serenarme.
– Pero
mi padre está inhabilitado, yo soy su tutora –. Mi voz salió como
una suplica, el inicio de un sollozo.
– Lo
siento, mi niña, pero la magia no entiende de legalidades –, se
quedó mirándonos –. Todo se acabará cuando tu padre pague o se
muera.
– ¿Y
qué pretende que lo matemos? – Gritó con desespero Jorge.
– No
muchacho. Las cosas no son blancas o negras, y en la magia tampoco. Hay
una fotografía, en la taquilla de tu padre, en la que estáis tu
madre, tú y tu padre. El próximo año cumples treinta y tres años,
y tu padre lo tiene muy presente.
– ¿También
se puede morir ella? – Jorge estaba roto, por sus mejillas
descendían las lágrimas, que la ausencia de orgullo habían dejado
salir a placer.
– Hay
otra posibilidad. Como con todo encantamiento de este tipo, el amor
puede anular los efectos del hechizo – nos miró con afecto –, y
vosotros parecéis muy enamorados.
Nos
miramos. Nos abrazamos con fuerza. Todas aquellas revelaciones en tan
poco tiempo, no podíamos asimilarlas con facilidad.
Melquiades
nos miraba con una irónica sonrisa.
– Unidos
para que la muerte no os separe –. Estalló en una carcajada,
tenebrosa. Se levantó y desapareció.
Solo
habían pasado unas horas, pero aquel lago de aguas tranquilas sobre
las que se reflejaba la fortaleza de la montaña, ahora estaba
encrespado por el viento. La montaña había perdido su solidez,
envuelta por grises nubes de tormenta.
Aquella semana fue muy
ajetreada. Por fin había conseguido todos los materiales para la
decoración de la casa de los Peláez. Ahora tenía que conseguir
que, los grupos de diferentes operarios, fuesen trabajando sin
descanso y sin obstaculizarse los unos a los otros. Tarea ardua. Los
hombres son muy competitivos y creen saber de todo, así que se pasan
el rato sacando los defectos del trabajo ajeno y no ven los suyos.
Por fin había llegado el
viernes y me despedí de mis hombres hasta el lunes siguiente. Tenía
otro trabajo en cartera. Alfonso Garriguez, uno de los gurús
económicos más consultado de los últimos tiempos, me había
encargado la decoración de su casa de la sierra. La quería renovada
y apunto para la próxima temporada de nieve. Como estaba de
vacaciones en las Islas Seychelles, yo me fui a pasar el fin de
semana al chalet para inspirarme.
Después de tomar un baño
en aquella piscina circular, que simulaba un atolón coralino, hasta
con su isla en el centro, ocupada por una pérgola revestida por una
frondosa emparradera de dama de noche; me dispuse a descansar de mi
ajetreada vida en la tumbona acolchada y dejar que la brisa
acariciase mi piel bañada por el sol de la tarde.
Cuando el mundo comenzaba
a desvanecerse, sonó la voz de Diana Krall
Bésame, bésame mucho
como si fuera esta
noche la ultima vez.
Bésame, bésame mucho
que tengo miedo de
perderte
perderte después.
Bésame, bésame mucho.
Quiero sentirte muy
cerca,
mirarme en tus ojos,
verte junto a mi.
Piensa que tal vez
mañana
yo estaré lejos, muy
lejos de ti.
Bésame, Bésame mucho
como si fuera esta
noche la última vez.
Aquella canción recogía
mis sentimientos respecto a Jorge, por eso se la asigné en el móvil.
Durante toda la semana había esperado oírla y ahora ya no esperaba
oírla, resonaba en la paz de Navacerrada.
– ¡Dígame! – De
sobras sabía quien era, pero estaba un poco molesta por aquellos
cinco días de silencio, de espera.
– Hola Julia. Soy
Jorge.
– Jorge ¿Qué Jorge? –
Intente ponerme dura, pero tan pronto hube pronunciado aquellas
palabras me sentí ridícula.
– Perdona no te haya
llamado antes, he tenido que atender unos asuntos urgentes y no
quería molestarte con mis desgracias –. Pobre. Había entendido el
mensaje subliminal de mi pregunta. Ahí estaba la razón por la que
no me había llamado: no quería molestarme. Qué considerado. Qué
tierno.
– Creía que había
quedado claro que soy tu amiga y estoy para ayudarte –, sonaba un
poco a reproche y no me gustaba –. Llamame siempre que quieras –,
intenté suavizarlo con aquel ofrecimiento, poniendo la voz tierna.
– Pues la verdad es que
ahora necesito una amiga, por eso te llamaba –, su voz sonaba
melancólica –. ¿Podemos vernos?
– Sí, claro –, ¡Oh,
Dios mío! Aquello iba mejor de lo que yo creía. Pensé con rapidez
–. Estoy en Navacerrada, cerca de la Barranca Helada. Te paso las
coordenadas para el GPS. Ven es un sitio estupendo.
– ¿Pero qué haces
ahí?
– Trabajar. Tengo que
hacer un proyecto para decorar esta casa para la temporada de nieve.
– ¿Llevo los esquíes?
– Parecía que recuperaba el buen humor.
– Podrías traer una
botella de vino, para tomar junto a la chimenea.
No podía creerlo, iba a
venir. Una casa en medio de la sierra. Rodeada de bosque, con vistas
a un lago precioso. Una tarde luminosa que auguraba una noche
radiante de estrellas. Era todo tan romántico.
Entre en la casa y me
puse a buscar con que adornar el momento y alguna cosa para preparar
la cena. Aquella casa estaba preparada para recibir en cualquier
momento a un nutrido grupo de visitantes, así que encontré
suficiente vituallas como para preparar una cena para dos.
En algo más de una hora
estuvo allí Jorge, Madrid solo está a 55 kilómetros.
– ¿Has traído
bañador? – le pregunté.
– ¿No había que
reproducir un tiempo invernal? –, me contestó a la vez que negaba
con la cabeza mi pregunta.
Busqué entre la dotación
de la casa y encontré de todo, bañador de slip y de bóxer,
bermudas, toallas y albornoces. ¡No hay nada como ser rico!
– Ponte esto –, le
pase un bañador de boxer. No me gustan las bermudas en los hombres,
no se les nota el culo, ni el paquete. – Creo que será de tu
talla.
Salió con el albornoz
puesto. Cuando se lo quitó para echarse a la piscina, pude apreciar
un culito gracioso y un paquete, que no era ostentoso, pero tenía
una cierta presencia.
La tarde pasó como un
suspiro y con las últimas luces del día nos disponíamos a preparar
unos filetes en la barbacoa. La noche confirmó su promesa, un manto
de estrellas iluminaba nuestras cabezas y la brisa nos traía la
fragancia de la Dama de Noche de la isla de la piscina.
– Cuando has llamado
antes, te he notado preocupado por algo –. La noche era larga y era
mejor sacar las penas al principio de la cena, así el vino vendría
a suavizarlas y la velada podría ponerse interesante.
– Te había dicho que
me habían surgido unos asuntos urgentes. ¿Recuerdas que te hablé
del padre Antolínez? El que estaba en coma –. Asentí con la
cabeza –. Ha muerto. He traído la foto, para que vieras como
aparece ahora con nitidez –. Se quedó mirándome a los ojos y
sonrió –. Ahora me parece una tontería. Tienes razón, no tengo
que pensar más en la fotografía –. Se acercó y me besó con
aquella delicadeza que había tenido el domingo pasado. Cerré los
ojos y me sentí flotar entre las estrellas.
La cena fue un continuo
intercambio de insinuaciones. Miradas cargas de intención. Cortaba
con extremada lentitud trozos pequeños de carne que introducía en
mi boca entre abriéndola y sacando la lengua para recibirla.
Mientras le miraba a los ojos. El me miraba con deseo, controlando
sus más elementales instintos. Una caricia en la mano. Un suspiro,
mientras ponía los ojos en blanco. Imitaba mis insinuantes
movimientos y me daba a probar bocados deliciosos que el mismo
preparaba con los distintos ingredientes que teníamos en la mesa.
Después de la cena
fuimos a la pérgola de la isla. Allí había preparado unas velas
aromáticas de colores, que había encontrado en la casa. Nos
tendimos en el suelo. Rodeados por las luces de las velas,
contemplábamos las estrellas reflejadas en el lago.
La fragancia de la Dama
de Noche, el suave aturdimiento del vino, la brisa de la noche.
Nuestros cuerpos se entrelazaron participando de la danza de los
elementos. Caricias suaves como el viento, temblorosas, vacilantes
como las llamas de las velas. Nuestros cuerpos se encontraban en la
noche, cada caricia, cada roce, cada mínimo contacto encendía una
luz vibrante como una estrella, en nuestras mentes se iba dibujando
el firmamento de nuestro amor. Aquella noche dibujamos
constelaciones, nebulosas y unas cuantas galaxias.
Exhaustos, pero con la
felicidad en nuestros ojos, nos acostamos en la habitación principal
de la casa. Entrelazados, nos dejamos llevar por el sueño reparador.
A las mañana siguiente,
el sol entró a raudales por el gran ventanal, dándonos la
bienvenida a un nuevo día con un cálido abrazo.
El aire estaba lleno de
fragancias florales y de trinos de los pájaros canoros del bosque.
Él continuaba a mi lado, abrió los ojos, me miró y me dio un
tierno beso de buenos días. De un salto se levantó.
– Voy a prepararte el
desayuno – y volvió a besarme.
Me quedé mirando el lago
por el ventanal. Era todo tan perfecto. Me pellizqué para
cerciorarme de que estaba despierta.
Cuando salí, al cabo de
unos minutos, Jorge había preparado un desayuno a base de zumos,
tostadas, queso, jamón y una ensalada. La cafetera comenzaba a
humear.
– Te quiero –, y me
dio otro beso. Era más de lo que había esperado. Lo bese y volvimos
a reproducir nuestro firmamento en aquella cocina, entre el aroma del
café y la miel que derramó en mis pechos y lamió con
voluptuosidad. Yo comí en él la mermelada de arándanos. La noche
había sido un estallido de luz y el día estaba resultando ser una
explosión de gustos. Al final se derramó el zumo y la leche sobre
la lisa superficie del banco de la cocina.
Nos dimos una ducha, para
ayudar a bajar aquellos alimentos que habíamos tomado, el uno en el
otro. Volvimos a juntar nuestros cuerpos bajo los chorros de aquella
ducha de agua templada.
Más serenos, nos
sentamos a contemplar el lago. Entonces le dije:
– Iremos a ver a mi
padre.
– ¿Cuando? – Me lo
pregunto sin aquella ansiedad que había demostrado días atrás.
– Ahora. ¿Quieres? –
Me quedé mirándolo. Parecía dudar.
– No sé... Hace unos
días solo quería eso, pero ahora... –, me miró y me acarició
los cabellos –, ahora solo quiero estar contigo. No quiero pensar
en todo ese asunto.
– Un día u otro te
volverá a asaltar la duda y volverás a caer en ese estado de
depresión en que estabas el domingo –. Le di un beso –. Iremos
hoy. Afrontaremos juntos lo que nos depare el futuro –. Me besó.
– Te quiero.
– Te quiero –, lo
había dicho en voz alta. Cuantas veces había soñado con decirle
esas dos palabras. Una lágrima de felicidad recorrió mi mejilla –.
Soy feliz.