dimecres, 8 de febrer del 2012

La fotografía velada Capitulo III.5



Capítulo III - 5

Aquella semana fue muy ajetreada. Por fin había conseguido todos los materiales para la decoración de la casa de los Peláez. Ahora tenía que conseguir que, los grupos de diferentes operarios, fuesen trabajando sin descanso y sin obstaculizarse los unos a los otros. Tarea ardua. Los hombres son muy competitivos y creen saber de todo, así que se pasan el rato sacando los defectos del trabajo ajeno y no ven los suyos.
Por fin había llegado el viernes y me despedí de mis hombres hasta el lunes siguiente. Tenía otro trabajo en cartera. Alfonso Garriguez, uno de los gurús económicos más consultado de los últimos tiempos, me había encargado la decoración de su casa de la sierra. La quería renovada y apunto para la próxima temporada de nieve. Como estaba de vacaciones en las Islas Seychelles, yo me fui a pasar el fin de semana al chalet para inspirarme.
Después de tomar un baño en aquella piscina circular, que simulaba un atolón coralino, hasta con su isla en el centro, ocupada por una pérgola revestida por una frondosa emparradera de dama de noche; me dispuse a descansar de mi ajetreada vida en la tumbona acolchada y dejar que la brisa acariciase mi piel bañada por el sol de la tarde.
Cuando el mundo comenzaba a desvanecerse, sonó la voz de Diana Krall
Bésame, bésame mucho
como si fuera esta noche la ultima vez. 
 
Bésame, bésame mucho
que tengo miedo de perderte
perderte después.

Bésame, bésame mucho.
Quiero sentirte muy cerca,
mirarme en tus ojos, verte junto a mi.
Piensa que tal vez mañana
yo estaré lejos, muy lejos de ti.

Bésame, Bésame mucho
como si fuera esta noche la última vez.

Aquella canción recogía mis sentimientos respecto a Jorge, por eso se la asigné en el móvil. Durante toda la semana había esperado oírla y ahora ya no esperaba oírla, resonaba en la paz de Navacerrada.
¡Dígame! – De sobras sabía quien era, pero estaba un poco molesta por aquellos cinco días de silencio, de espera.
Hola Julia. Soy Jorge.
Jorge ¿Qué Jorge? – Intente ponerme dura, pero tan pronto hube pronunciado aquellas palabras me sentí ridícula.
Perdona no te haya llamado antes, he tenido que atender unos asuntos urgentes y no quería molestarte con mis desgracias –. Pobre. Había entendido el mensaje subliminal de mi pregunta. Ahí estaba la razón por la que no me había llamado: no quería molestarme. Qué considerado. Qué tierno.
Creía que había quedado claro que soy tu amiga y estoy para ayudarte –, sonaba un poco a reproche y no me gustaba –. Llamame siempre que quieras –, intenté suavizarlo con aquel ofrecimiento, poniendo la voz tierna.
Pues la verdad es que ahora necesito una amiga, por eso te llamaba –, su voz sonaba melancólica –. ¿Podemos vernos?
Sí, claro –, ¡Oh, Dios mío! Aquello iba mejor de lo que yo creía. Pensé con rapidez –. Estoy en Navacerrada, cerca de la Barranca Helada. Te paso las coordenadas para el GPS. Ven es un sitio estupendo.
¿Pero qué haces ahí?
Trabajar. Tengo que hacer un proyecto para decorar esta casa para la temporada de nieve.
¿Llevo los esquíes? – Parecía que recuperaba el buen humor.
Podrías traer una botella de vino, para tomar junto a la chimenea.
No podía creerlo, iba a venir. Una casa en medio de la sierra. Rodeada de bosque, con vistas a un lago precioso. Una tarde luminosa que auguraba una noche radiante de estrellas. Era todo tan romántico.
Entre en la casa y me puse a buscar con que adornar el momento y alguna cosa para preparar la cena. Aquella casa estaba preparada para recibir en cualquier momento a un nutrido grupo de visitantes, así que encontré suficiente vituallas como para preparar una cena para dos.
En algo más de una hora estuvo allí Jorge, Madrid solo está a 55 kilómetros.
¿Has traído bañador? – le pregunté.
¿No había que reproducir un tiempo invernal? –, me contestó a la vez que negaba con la cabeza mi pregunta.
Busqué entre la dotación de la casa y encontré de todo, bañador de slip y de bóxer, bermudas, toallas y albornoces. ¡No hay nada como ser rico!
Ponte esto –, le pase un bañador de boxer. No me gustan las bermudas en los hombres, no se les nota el culo, ni el paquete. – Creo que será de tu talla.
Salió con el albornoz puesto. Cuando se lo quitó para echarse a la piscina, pude apreciar un culito gracioso y un paquete, que no era ostentoso, pero tenía una cierta presencia.
La tarde pasó como un suspiro y con las últimas luces del día nos disponíamos a preparar unos filetes en la barbacoa. La noche confirmó su promesa, un manto de estrellas iluminaba nuestras cabezas y la brisa nos traía la fragancia de la Dama de Noche de la isla de la piscina.
Cuando has llamado antes, te he notado preocupado por algo –. La noche era larga y era mejor sacar las penas al principio de la cena, así el vino vendría a suavizarlas y la velada podría ponerse interesante.
Te había dicho que me habían surgido unos asuntos urgentes. ¿Recuerdas que te hablé del padre Antolínez? El que estaba en coma –. Asentí con la cabeza –. Ha muerto. He traído la foto, para que vieras como aparece ahora con nitidez –. Se quedó mirándome a los ojos y sonrió –. Ahora me parece una tontería. Tienes razón, no tengo que pensar más en la fotografía –. Se acercó y me besó con aquella delicadeza que había tenido el domingo pasado. Cerré los ojos y me sentí flotar entre las estrellas.
La cena fue un continuo intercambio de insinuaciones. Miradas cargas de intención. Cortaba con extremada lentitud trozos pequeños de carne que introducía en mi boca entre abriéndola y sacando la lengua para recibirla. Mientras le miraba a los ojos. El me miraba con deseo, controlando sus más elementales instintos. Una caricia en la mano. Un suspiro, mientras ponía los ojos en blanco. Imitaba mis insinuantes movimientos y me daba a probar bocados deliciosos que el mismo preparaba con los distintos ingredientes que teníamos en la mesa.
Después de la cena fuimos a la pérgola de la isla. Allí había preparado unas velas aromáticas de colores, que había encontrado en la casa. Nos tendimos en el suelo. Rodeados por las luces de las velas, contemplábamos las estrellas reflejadas en el lago.
La fragancia de la Dama de Noche, el suave aturdimiento del vino, la brisa de la noche. Nuestros cuerpos se entrelazaron participando de la danza de los elementos. Caricias suaves como el viento, temblorosas, vacilantes como las llamas de las velas. Nuestros cuerpos se encontraban en la noche, cada caricia, cada roce, cada mínimo contacto encendía una luz vibrante como una estrella, en nuestras mentes se iba dibujando el firmamento de nuestro amor. Aquella noche dibujamos constelaciones, nebulosas y unas cuantas galaxias.
Exhaustos, pero con la felicidad en nuestros ojos, nos acostamos en la habitación principal de la casa. Entrelazados, nos dejamos llevar por el sueño reparador.
A las mañana siguiente, el sol entró a raudales por el gran ventanal, dándonos la bienvenida a un nuevo día con un cálido abrazo.
El aire estaba lleno de fragancias florales y de trinos de los pájaros canoros del bosque. Él continuaba a mi lado, abrió los ojos, me miró y me dio un tierno beso de buenos días. De un salto se levantó.
Voy a prepararte el desayuno – y volvió a besarme.
Me quedé mirando el lago por el ventanal. Era todo tan perfecto. Me pellizqué para cerciorarme de que estaba despierta.
Cuando salí, al cabo de unos minutos, Jorge había preparado un desayuno a base de zumos, tostadas, queso, jamón y una ensalada. La cafetera comenzaba a humear.
Te quiero –, y me dio otro beso. Era más de lo que había esperado. Lo bese y volvimos a reproducir nuestro firmamento en aquella cocina, entre el aroma del café y la miel que derramó en mis pechos y lamió con voluptuosidad. Yo comí en él la mermelada de arándanos. La noche había sido un estallido de luz y el día estaba resultando ser una explosión de gustos. Al final se derramó el zumo y la leche sobre la lisa superficie del banco de la cocina.
Nos dimos una ducha, para ayudar a bajar aquellos alimentos que habíamos tomado, el uno en el otro. Volvimos a juntar nuestros cuerpos bajo los chorros de aquella ducha de agua templada.
Más serenos, nos sentamos a contemplar el lago. Entonces le dije:
Iremos a ver a mi padre.
¿Cuando? – Me lo pregunto sin aquella ansiedad que había demostrado días atrás.
Ahora. ¿Quieres? – Me quedé mirándolo. Parecía dudar.
No sé... Hace unos días solo quería eso, pero ahora... –, me miró y me acarició los cabellos –, ahora solo quiero estar contigo. No quiero pensar en todo ese asunto.
Un día u otro te volverá a asaltar la duda y volverás a caer en ese estado de depresión en que estabas el domingo –. Le di un beso –. Iremos hoy. Afrontaremos juntos lo que nos depare el futuro –. Me besó.
Te quiero.
Te quiero –, lo había dicho en voz alta. Cuantas veces había soñado con decirle esas dos palabras. Una lágrima de felicidad recorrió mi mejilla –. Soy feliz.

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