dimecres, 22 de febrer del 2012

La fotografía velada Capitulo III.7,



  Capítulo III. 7

Volvimos a hacer de la casa del bosque nuestro nunca-jamás particular; del lago, nuestra fuente de vida; y de la montaña, nuestra fortaleza.
El verano fue trascurriendo con las intermitencias que dictaba nuestro trabajo, entre semana una frenética carrera hacia el fin de semana siguiente. Durante la semana nos absorbía de tal manera que no nos dejaban demasiado margen para la melancolía, pero de vez en cuando veía un bote de mermelada y me acordaba de Jorge. En aquellos momentos deseaba que fuese el viernes para encontrarme con él en nuestro paraíso, en nuestro universo privado.
La demoledora rueda de la vida seguía girando, y así como molía las esperanzas, también molía nuestros temores. Acabamos por pensar que aquel viejo vagabundo, con nombre de mago de opereta, solo era un charlatán que nos había embaucado con su palabrería de feria. No teníamos motivo para preocuparnos, y en todo caso, si era verdad lo que decía el viejo brujo, siempre teníamos nuestro amor, que nos salvaguardaba de los funestos efectos del conjuro.
Llegó el doce de octubre y con él el festival de la antigua escuela de Jorge, pero no tuvo valor para asistir. El padre Fulgencio le había dicho que harían un acto especial en recuerdo de todos los compañeros ausente y Jorge sería el que recibiría los honores en nombre de todos. Aquella propuesta le sumió en la melancolía. Desde entonces empezó a cambiar algo en su interior. Yo no me percataba, estaba muy enamorada y cada momento que estaba con él era como un sueño. Nuestros trabajos nos separaban entre la semana y los fines de semana eran muy cortos para mí. Fue a partir de octubre cuando Jorge empezó a tener que asistir a congresos y seminarios de fin de semana, a los cuales su empresa le obliga a asistir. Yo maldecía a su empresa, a los datos y al dios de los análisis de datos.
Encendieron las luces de navidad en Madrid y iluminó las sombras de mi desesperación. Por fin tenía la solución, como había tardado tanto en darme cuenta. Corrí hacía el Bebol-Babel, tenía la urgencia de contárselo a mi mejor amiga.
Lo tengo todo pensado, la noche de fin de año se lo pido –. Isabel me miraba sorprendida.
Pero por qué tienes tanta prisa. Apenas lo conoces –. Esperaba más entusiasmo por parte de mi amiga.
Lo conozco desde pequeña –. Respondí un tanto molesta.
Mujer, eso no cuenta. ¿Cuanto hace que vais juntos?, ¿tres meses? – Parecía que estaba decidida a hundirme la moral.
En julio nos dimos el primer beso –. Saboreé el recuerdo de aquel momento.
Bueno, pero si el primer día que lo conociste te echaste encima de él–, me reprochó aquella que decía ser mi amiga.
Ya sabía que era mí hombre.
Tú lo que estás es enamorada hasta los tuétanos –. Sonreí y afirmé con la cabeza –. Pero ¿y él? – Vaya pregunta, a quien se le ocurría.
Pues también – Vaya con la preguntita, pues no me estaba haciendo pensar que...
Y tú ¿cómo estás tan segura? – La muy … sabuesa.
Porque eso una lo sabe –. Mi respuesta era convencional, como sacada de un manual de tópicos.
Escucha Julia. Te hablo como amiga. Te quiero mucho, tú lo sabes. – Me miraba con unos ojos tiernos, mientras me tomaba de las manos –. Creo que te precipitas pidiéndole que se case contigo.
Pero si es la solución, nos queremos y solo podemos estar juntos algunos fines de semana –. Mi voz sonaba como una súplica. Como si mi amiga fuera la autoridad divina, la que tenía que darnos su bendición y autorizar nuestro matrimonio.
Cariño –, Isabel acarició mi cuello y acercó su cabeza hacia la mía, hasta que nuestras frentes se juntaron –. Solo me preocupas tú. Pero, ¿has pensado en que puede ser que a él no le guste que tomes tú la iniciativa? Es un hombre después de todo. Si le pides tú el matrimonio, y en la fiesta de fin de año, puede que salga corriendo –. Me vi de pronto en la Puesta del Sol, de rodillas abriendo una caja con un anillo, y en la pantalla gigante la cara de asombro y bochorno de Jorge. Le conté a Isabel mi visión y nos asaltó un ataque de risa. Veíamos a Jorge huir despavorido entre el público de la plaza, mientras le abrían camino a la vez que le hacían la ola.
¿Si le digo que se venga a vivir conmigo, crees que se lo tomará mejor? – Sugerí
Seguramente no saldrá, corriendo –. Volvió a reír –. Pero por si acaso, que no salga en la pantalla gigante y díselo mientras le metes manos.
¿Mientras le meto mano? – No lo entendía.
La neurona la tendrá concentrada en el asunto y no pensará en salir huyendo.
Así que estaba todo decidido, en la fiesta de fin de año, después de la última campanada, después del beso de año nuevo y mientras mi mano le hurgara entre la entrepierna, le susurraría al oído mi propuesta.
Estaba nerviosa. Lo llevaba todo en secreto. Había vaciado una parte de mi armario y había hecho hueco en la alacena del baño. Había comprado un galán de noche como regalo de bienvenida. Me había comprado un vestido de fiesta que era como el lazo de un regalo, que pedía a gritos que lo desembalara, y dentro estaba yo, como un manjar dispuesto para ser saboreado.
Sonó el timbre de la puerta, era él.
Sube, ahora mismo salgo –. Le dije por el telefonillo del portero automático.
Sonó el teléfono. «Dios, todo a la vez. Y a mí me falta todavía ponerme los pendientes», pensé mientras cogía el teléfono.
Dígame – Alguien dijo mi nombre –. Sí, soy yo ¿Qué sucede? – En aquel momento oí cerrarse la puerta del apartamento. Era Jorge. Se acercó a mí justo a tiempo para recogerme cuando mis piernas perdieron su fuerza.
¿Qué pasa Julia? – Me miraba, yo no podía responder, la cabeza me daba vueltas. Él tomó el auricular y habló –. Julia esta un poco indispuesta, ¿qué ha pasado?
Siento haberles dado esta mala noticia, y más en un día como este.
¿De qué mala noticia me habla? – Jorge me interrogaba con la mirada, pero me faltaba aliento para poder hablar, y las ideas las tenía confusas.
El señor Villaplana ha fallecido no hace todavía una hora –. La noticia también le golpeó a él.
Estaremos allí en una hora. Lo que tardemos en llegar. Salimos ahora mismo –. Las palabras se le apelotonaban en la boca. Colgó. Me miró y nos fundimos en un abrazo. Di gracias por tener a mi lado a Jorge en un momento como aquel.
Ya más serena, pensé que sería mejor cambiarme de ropa antes de salir para la residencia.
En poco más de una hora estábamos ante el cuerpo sin vida de mi padre.
Sentimos mucho su perdida –. La enfermera de noche, nos informó de la posibilidad de velar el cuerpo aquella noche en una sala especial que tenían en la residencia. Nos dijo que los operarios de la funeraria estaban preparando el cadáver y en unos minutos podríamos pasar a la sala.
Gracias –. Solo quería estar a solas, con Jorge. Poder llorar en su hombro.
¿Cómo ha sucedido? – Preguntó Jorge, refiriéndose a la muerte de mi padre.
Ha sido un final amable. Cuando hemos ido a despertarlo para ir a la cena de fin de año, lo hemos encontrado durmiendo. No hemos podido despertarlo. Ya no tenía pulso –. Respondió la enfermera.
Se ha ido soñando –. Lo dije con alivio. Después de toda esa enfermedad tan degradante, por lo menos al final no había sufrido. – Seguro que soñaba con mi madre.
Al cabo de unos minutos, nos dejaron pasar a la sala. Mi padre estaba allí, dentro del ataúd, como dormido.
Más tarde nos trajeron unas bandejas con el catering de la cena que la residencia estaba sirviendo en aquella noche a sus huéspedes.
En el silencio de aquella sala, resonaba como un recuerdo la música de la cena de gala, en la que una orquesta reproducía éxitos de hacía cuatro décadas. Aquella música me llenó de melancolía. Ya no volvería a ver más a mi padre. Ahora ya no tenía a nadie. Pero no era así. Allí estaba Jorge, con sus manos entre las mías. Dándome el calor de su compañía, y la comprensión de su silencio. Aquella tenía que haber sido la noche en la que iba a pedirle que viniera a vivir a mi casa. En aquel instante cesó la música. Nos mirábamos sin saber exactamente que pasaba. De pronto estallaron las carcasas de un castillo de artificios. Era el año nuevo. El dos mil once. Habíamos sobrevivido al conjuro de Melquiades. Nos besamos. Le miré a los ojos, y lo vi claro, ese era el momento.
¿Quieres casarte conmigo? – Salieron las palabras por mi boca con la ternura de un suspiro. Él se echo hacia atrás.
Pero Julia, ¿qué dices? – Su cara se había convertido en un mapa de arrugas que convergían en el fruncido de su ceño–. Tú padre está ahí, todavía caliente, y tu estás pensando en bodas –. Soltó mis manos y yo me sentí sola ante un mundo inhóspito.
Pero te quiero –. Pero en mi cabeza oía la voz de Isabel «y él, ¿te quiere?» – ¿Tú me quieres? – Hice la pregunta y temí la respuesta.
No es eso, Julia –. Eludía la respuesta –. Este no es el momento.
Me he quedado sola en la vida –, con la mirada le supliqué comprensión –, y no quiero estar sola. Quiero compartir mi vida contigo.
Pero este momento es muy delicado. Ese sentimiento de soledad que te ha dejado la muerte de tu padre, te puede engañar. Y si no es amor lo que sientes, que pasará cuando te recuperes de este sentimiento de perdida y te encuentres encadenada a mí. No quiero ser una carga para ti.
¿Lo dices por mí o por ti? – Aquellas palabras me penetraban como cuchillos. Sentía como se abría en mi pecho una brecha que llegaba hasta mi corazón. Lo sentía latir con fuerza, cada vez más rápido, a punto de estallar.
Puede que también lo diga por mí. Sí –. Bajó la cabeza. Rehuía mi mirada –. Últimamente me siento un poco agobiado por tu... – dudaba, no encontraba las palabras con que suavizar lo que quería decirme –, por tu amor.
¿Agobiado? – Le grité –. Pero si apenas nos vemos. Entre semana hablamos poco, y solo cuando yo te llamo, y los fines de semana... ja, los fines de semana no nos vemos porque siempre tienes algún viaje, algún seminario de empresa o … – acababa de verlo claro –, son solo excusas para no estar conmigo, ¿verdad?
No quiero discutir. Este no es el momento –. No me quería y no era lo bastante valiente como para decírmelo a la cara. No sé por qué en aquel momento volvieron a sonar en mi cabeza las palabras del viejo Melquiades: «Todo se acabará cuando tu padre pague o se muera », «el amor puede anular los efectos del hechizo».
Tú te has aprovechado de mi. Te has escudado en mi amor, para no morir y ahora que ha muerto mi padre, te ves libre y me dejas tirada –. La rabia cargaba de veneno mis palabras.
Julia, creo que debo irme antes de que diga algo de lo que me arrepienta –. Su mirada era tierna, pero a mí me pareció insultante –. Creo que te quiero, pero necesito que tú me quieras como soy, con mis limitaciones, respetando mi espacio.
¿Qué quieres decir, que yo soy la culpable? –. Al final estalló, pero no fue el corazón, sino una sonora bofetada que le regalé de despedida.
Sus ojos se inundaron y los míos lanzaban rayos que le perforaban la espalda mientras se alejaba por el corredor.
Cuando Jorge desapareció por las escaleras de acceso al aparcamiento, mi padre asomó la cabeza por la puerta de la sala de velatorio.
¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! – Mi padre estaba vivo. Pero ¿cómo era posible? Pulsé el timbre que llamaba a la enfermera de noche. Mientra llegaba, intente hablar con mi padre.
Papa, ¿estás bien? Siéntate, no te vayas a marear –. No podía creer lo que estaba viendo. Mi padre estaba muerto hacía unos segundos y ahora...
¡Soy inmortal! – Saltaba y bailaba. No lograba que se quedara quieto. Entonces entró la enfermera. Al ver a mi padre, que por fin había despertado del profundo sueño de la muerte, llamó por un telefonillo a sus compañeras y les pidió que llevaran un inyectable con tranquilizante.
Cuando llegaron sus compañeras, se dieron cuenta que no habían traído la medicación y la enfermera salió a toda prisa hacia el depósito de estupefacientes.
Yo estaba confusa. Jorge se había ido. Le había dicho cosa que realmente no pensaba. Le había hecho daño y ahora se había ido de mi vida. Me asomé a una ventana del corredor, desde allí pude ver como subía en su coche y salía del aparcamiento. En mi cabeza resonaban las palabras de Isabel «Creo que te precipitas». Quise llamarlo por la ventana, pedirle perdón. Pero la ventana no se abría. Corrí hacia la calle y grité:
Jorge, vuelve. Perdóname. Vuelve –, corría agitando mis brazos –, mi padre está vivo.
Creo que me vio por el retrovisor. Cuando estaba saliendo a la rotonda, paró el coche y se giró hacia mi. No vio como se le echaba encima un camión de gran tonelaje, que no pudo frenar a tiempo.
Yo estaba allí plantada, pidiéndole perdón a gritos. Ante mis ojos, cargados de culpabilidad, aquel camión arrolló el coche de Jorge y lo dejó sepultado entre un amasijo de metal y plástico. Caí de rodillas justo en el momento que el coche estalló en llamas.
Perdí la noción del tiempo. Empecé a despertar de aquel letargo cuando una enfermera de la residencia me envolvió en una manta.
Los bomberos apagaban el incendio del coche y rescataban de la cabina del camión al conductor, que todavía estaba vivo. La ambulancia llegaba en ese momento, y la guardia civil controlaba el tráfico y sacaba fotografías del accidente.
La enfermera me acompañaba a la residencia arropada en la manta. Me abrazaba para darme más calor. Miró hacia el edificio y dijo:
Su padre, está ahí –. Lo había olvidado, mi padre estaba vivo.
Sí. Está vivo, ¿verdad? – Pero ella señaló hacia la terraza de la residencia.
Su padre, está ahí arriba –. Mi padre estaba en lo alto de la terraza y en un movimiento inesperado en alguien de su edad, se subió sobre la caseta del ascensor.
¡Soy inmortal! – Gritaba y bailaba bajo la luz de la primera luna llena del año –. ¡Puedo volar como Superman! – Tomando carrerilla, se lazó con el brazo derecho extendido y el puño cerrado hacia un vuelo sin escalas, que lo llevó directo al otro mundo.
El médico dice que padezco estrés postraumático que bloquea las imágenes más impactantes de aquella noche. No puedo caminar, me molesta la luz y la gente. Solo viene a visitarme Isabel. Hoy me ha traído una fotografía de aquella montaña con el lago de aguas cristalinas. Entre los reflejos de sus aguas, me parece ver la cara de Jorge, transparente, como en aquella fotografía velada.

fin


Como se dice en catalán: "conte contat, se'n va per un forat". 
Hasta el próximo cuento. 
Que tengáis felices sueños.  

dilluns, 20 de febrer del 2012

La fotografía velada Capitulo III.6,


Capítulo III. 6

Salimos de aquella casa encantada, junto a aquel enigmático lago donde se reflejaban los verdes pinos, y la cima de roca viva, únicos testigos de aquella mágica noche. En aquel momento, no sentí ninguna pena al abandonar aquel paisaje, el escenario de mi felicidad. Me sentía capaz de enfrentarme al mundo entero, no tenía miedo a nada, porque ahora sabía que no estaba sola.
Con ese nuevo sentimiento de plenitud, tomé mi coche y conduje hasta Sevilla la Nueva. Jorge estaba sentado a mi lado. Había bajado la capota y disfrutábamos del refrescante aire de aquella mañana de sábado, del mes de agosto más radiante de mi vida.
Grabé la fecha en el libro de mi memoria con martillo y escarpe, como si lo hiciera en la roca de aquella montaña: seis de agosto de dos mil diez. Nunca olvidaré la noche en la que se gestó nuestro amor.
Una hora más tarde estábamos ante la entrada de la residencia en la que vivía mi padre.
Entre pinos – leyó Jorge el rótulo de la entrada, mientras pasábamos por debajo con el coche –. ¡Caramba! Esto debe salir por una pasta... – no había malicia en su voz, pero no acabó de gustarme aquella expresión. Sí, expresión, porque no había llegado a formular una pregunta, ni era una exclamación de asombro. No transmitía ninguna intencionalidad, solo era la manifestación de una idea fugaz, sin malicia.
Se trata de mi padre – . Escuché mi propia voz y la noté carga de reproche. Quise suavizarla –. El ha cuidado de mí toda la vida –. Detuve el coche en el aparcamiento, en una de las plazas que estaba libre, y me giré para mirarle fijamente a los ojos. El me miraba con atención, como esperando que continuara hablando –. Mi trabajo está muy bien remunerado y … –, me quedé mirándolo a los ojos, no sabía que pensaba él, y yo no sabía que decir, finalmente me sorprendí a mi misma oyéndome decir – y se lo debo.
No tienes porqué justificarte –. Me sonrió y acarició mi cara, con una cierta melancolía en la suya –. Solo es que he pensado en mi madre, ella está muy bien, pero hay momentos en los que pienso que se hace mayor y yo no podré cuidarla, mis hermanas ya tiene bastante con sus familias –, su mirada se perdió entre las ramas de los pinos tratando de visualizar un futuro que odiaba, pero que estaba allí, oculto por las ramas del presente, como la cegadora certeza del sol –. No quería pedirte explicaciones, solo ha sido un acto reflejo. Me he preguntado si yo podría pagarle una residencia así a mi madre.
Nos reunimos con mi padre en los jardines, fuimos paseando durante un rato hasta llegar a una pequeña glorieta donde había una mesa de piedra con bancos, también de piedra, bajo un quiosco de hierro forjado, donde se emparraban varias trepadoras y predominaba la campanilla azul. Nos sentamos en aquella acogedora sombra.
Había dejado hablar a mi padre durante todo el paseo. Parecía bastante lúcido, pero había ignorado totalmente a Jorge. Yo no sabía si se había dado cuenta que me acompañaba. Mi padre hablaba y hablaba, con si no hubiera hablado con nadie desde la última vez que estuvimos junto. Cuando nos sentamos, miró a Jorge con una cierta sorpresa en su cara. Aproveché la ocasión:
Papá, este es Jorge, mí … – , me quedé parada, no supe como continuar. Iba a decir «mí novio», pero no había hablado con Jorge sobre cual era ahora nuestra situación. Una nube gris oscureció el reflejo de la montaña y un súbito viento helado rizó la tranquila superficie del lago –, amigo … del pueblo –. Jorge abrió mucho los ojos y alzó las cejas, lo había sorprendido. Creo que en ese momento él vio como la superficie del lago mostraba el oscuro color de las insondables profundidades del alma ajena.
¿Te conozco? – Preguntó mi padre. Intentaba recordar a alguien en particular. Pero cómo podía mi padre acordarse de Jorge, solo era un niño de once años cuando nos fuimos del pueblo.
Nos conocimos, pero seguro que no me recuerda. Yo era pequeño y me hizo una fotografía junto a mis compañeros de colegio ¿Se acuerda? – Jorge, tenía la esperanza de avivar el memoria de mi padre.
¿Una fotografía? Yo he hecho muchas fotografías en mi vida. No puedo acordarme de todas –. Lo miró con mayor detenimiento todavía –. Pero a ti te conozco de cuando eramos jóvenes. ¿Cómo dices que te llamas?
Jorge. Jorge Cordrac –. Pronunció su apellido con un sentimiento especial. Como si quisiera dejar constancia que venía de una antigua estirpe. A mi padre le cambió la cara. Se hizo hacia atrás en el banco de piedra.
¿Qué quieres Manolo? Ya te he dicho que ha sido una año muy seco – . Me quede sorprendida. No esperaba que mi padre perdiera la razón en aquel momento. Jorge parecía interesado en las palabras de mi padre. Yo no podía entender que encontraba de interesante en las alucinaciones seniles de un anciano enfermo.
Yo soy el hijo de Manolo. Mi padre murió hace años.
No me engañes. ¿No tenías bastante con darme una paliza? Deja en paz a mi hija. Ella no tiene nada que ver –. Iba perdiendo la razón, al mismo ritmo que perdía la paciencia. No quise asistir impasible a aquella muestra de la degradación humana, mucho menos cuando se trataba de mi padre. Lo cogí de una mano, mientras con la otra le giraba con delicadeza su cara hacia mí.
Papá, cariño, ¿Te acuerdas de nuestra casa del pueblo? Aquella que tenía una fuente en el patio. Habían muchas plantas –. Intenté desviar su atención para tranquilizarle.
Las pone mamá para regarlas... –, se quedó mirando el estanque con nenúfares que había junto al quiosco – , está tan bonito el patio con todas las macetas junto a la pila llena de agua. Cuantas flores. ¡Huele!, que fragancia –, evocaba aquellas imágenes como si las estuviera viendo en aquel momento. Ya no se acordaba del padre de Jorge. Sus ojos estaban llenos de imágenes de tiempos felices.
¿Te acuerdas de las fotografía que hacías? – Fui introduciendo el tema poco a poco, para no perder la magia tranquilizadora de la imagen de mi madre.
Soy el mejor fotógrafo del pueblo. Estos catetos no saben sacarle provecho a la cámara y al laboratorio –, hizo un inciso para captar mi atención; en voz baja, como si lo que me iba a contar fuera un gran misterio–, porqué el secreto está en el laboratorio, hay que saber como trabajar con el revelador.
Tengo una de sus fotografías, donde las persona no aparecen con claridad – . Jorge no entendía que había que tener tacto, mucho tacto, con los enfermos de alhzeimer: mi padre cambió de nuevo de actitud.
Ya se lo he dicho a los curas: es un defecto del revelador – le espetó desafiante.
Pero, es que aparecen cuando están muertas – , respondió Jorge con un cierto tono de impaciencia. Mi padre se levantó. En sus ojos, turbados por la mezcla de sentimientos, se mostraba el miedo y la ira. Su voz sonó rota.
Te arrepentirás de lo que me hiciste, Manolo. Tu hijo pagará por la paliza que me diste. ¡Maldito! – Se giró y salió corriendo. Aquellas palabras me dejaron atónita. Cuando quise reaccionar, mi padre había desaparecido en dirección al laberinto de setos que había en el centro del jardín. Me quedé preguntándole con la mirada qué es lo que estaba sucediendo.
Me confunde con mi padre –, hizo una pausa. Al ver que continuaba esperando más concreción en su respuesta, prosiguió –. Nuestros padres, que eran muy amigos, tuvieron una pelea de jóvenes. Todavía no habíamos nacido nosotros. Después no se volvieron a hablar nunca más.
Por eso no me dejaban que jugara contigo ni con tus hermanas.
Seguro –. Permaneció callado. Algo le preocupaba.
Ya te dije que mi padre está muy enfermo y no sabe lo que se dice.
Vive en el recuerdo. Para él lo que pasó hace veinte años es el presente –. Se le notaba preocupado, pero yo no quería hurgar en un pasado que podía perturbar mi reciente felicidad –. Me preocupa su maldición.
No hagas caso de los desvaríos de un anciano –, no quería que volviera a caer en aquella depresión que lo entristecía.
En ese momento apareció entre las ramas colgantes de la enredadera, la cabeza cana y la cara surcada de profundas arrugas de aquel enigmático personaje, al cual había conocido en mi anterior visita.
No es una maldición –, su voz resonó como si saliera de las entrañas de la tierra –. Al menos no es su maldición.
¿Qué quiere decir? ¿Quien es usted? – Jorge estaba doblemente sorprendido, por la intromisión y por el misterio que entrañaban sus palabras.
Perdonen ustedes –, tomó asiento frente a nosotros. A mí me daba un poco de miedo, me acerqué a Jorge hasta que metí mi hombro en su pecho, obligándole a rodearme con su brazo –. Me pueden llamar Melquiades.
¿Y su apellido? –, preguntó Jorge en un evidente intento de socavar la seguridad en si mismo del anciano.
Los de mi estirpe no usamos apellidos –, se quedo mirando divertido a Jorge –. Los apellidos son para los débiles, para los que necesitan a sus antepasados para que los protejan.
¿He de entender que es usted un gitano? – Jorge continuaba queriendo poner nervioso a Melquiades. ¿Por qué los hombres son así de competitivos? Los hay que se las dan de machitos haciendo alardes de fuerza y retándose a peleas, pero los otros alardean de retórica y se enredan en discusiones inútiles.
Muchacho, tranquilízate. No soy una mala persona, después de todo –, las arrugas de la cara del anciano se agudizaron y , no sin sorpresa, lograron transmitir amabilidad –. Yo fui el que le vendí a tu padre el revelador –. Ahora me miró fijamente.
Mi padre dice que usted es medio brujo –, las palabras salieron solas, sin pensarlas, y una vez pronunciadas tuve miedo.
Bien, he andado mucho y durante mucho tiempo. He visto cosas que a la gente normal le cuesta de entender. Y una o dos cosas he aprendido durante todo este tiempo –. Si buscaba tranquilizarme con aquellas palabras, no lo consiguió –. Tu padre no es mala persona, pero tiene un defecto muy grande: no paga sus deudas.
Eso también lo dice mi madre –, dijo Jorge y se ganó un codazo en la boca del estómago.
Ya me debía algunas cosas, así que cuando le vendí el revelador le hice un encantamiento que aprendí en la India –. Dejaba caer sus frases como con cuentagotas –. Solo quería asegurarme el cobrar –. Nueva pausa –. Pero el vicio de tu padre es más grande que él.
¿Qué quiere decir? ¿Cual era el encantamiento? – Notaba como se desbocaba el corazón de Jorge, que no podía sufrir el ritmo pausado del viejo brujo.
Se trata de un conjuro de cobro. Así lo llamaba mi maestro Karmirahtam –. Hizo una nueva pausa y me miró –. Allí abunda la gente que tiene la misma tara que tu padre.
Por favor, vaya al grano que le va a dar un ataque al corazón –, le dije refiriéndome a Jorge, a quien notaba al borde de la desesperación.
El encantamiento consiste en que lo que le vendes deja de funcionar después de un tiempo, y no vuelve a funcionar hasta que te lo pagan.
Pero si no lo ha pagado, ¿cómo es posible que funcione de nuevo cuando la gente muere? – Jorge, no acaba de entender la simplicidad de aquel encantamiento, y yo no podía creer nada de lo que estaba escuchando.
Yo introduje una pequeña modificación sobre el encantamiento original –. Nueva pausa. Nuevo aparte dedicado a mí –. En la India la gente es más temerosa de Dios, pero tu padre necesitaba un aliciente mayor. Así que en la nueva fórmula la consecuencia del impago no era solamente el funcionamiento anómalo –. Nueva pausa. Miró fijamente a los ojos de Jorge – . Usé la invocación de la sábana santa. Los que estaban en la fotografía morirían en el año de su trigésimo tercer aniversario. Aquellos que tenían más de esta edad en el momento de la fotografía morirían en el mismo año que los más jóvenes.
Dios mio, eso quiere decir que moriré este año –. A Jorge la noticia le dejó el color de la muerte anunciada.
Pero, algo se podrá hacer –. Yo también estaba alterada –. Retire el encantamiento.
No es tan fácil –. Melquiades, no perdía su serenidad, pero se encogía de hombros ante mi desesperación –. Una vez hecho el encantamiento no se puede deshacer. Solo si paga la deuda el encantamiento perderá su efecto.
Entonces no hay problema. ¿A cuánto asciende la deuda? ¿Como quiere que se lo pague? – Saqué la chequera y me dispuse a escribir la cifra que él me dijera. No me importaba la cantidad.
No puede pagarla nadie más que él –. Melquiades me cerro la chequera y me acarició la mano en un intento por serenarme.
Pero mi padre está inhabilitado, yo soy su tutora –. Mi voz salió como una suplica, el inicio de un sollozo.
Lo siento, mi niña, pero la magia no entiende de legalidades –, se quedó mirándonos –. Todo se acabará cuando tu padre pague o se muera.
¿Y qué pretende que lo matemos? – Gritó con desespero Jorge.
No muchacho. Las cosas no son blancas o negras, y en la magia tampoco. Hay una fotografía, en la taquilla de tu padre, en la que estáis tu madre, tú y tu padre. El próximo año cumples treinta y tres años, y tu padre lo tiene muy presente.
¿También se puede morir ella? – Jorge estaba roto, por sus mejillas descendían las lágrimas, que la ausencia de orgullo habían dejado salir a placer.
Hay otra posibilidad. Como con todo encantamiento de este tipo, el amor puede anular los efectos del hechizo – nos miró con afecto –, y vosotros parecéis muy enamorados.
Nos miramos. Nos abrazamos con fuerza. Todas aquellas revelaciones en tan poco tiempo, no podíamos asimilarlas con facilidad.
Melquiades nos miraba con una irónica sonrisa.
Unidos para que la muerte no os separe –. Estalló en una carcajada, tenebrosa. Se levantó y desapareció.
Solo habían pasado unas horas, pero aquel lago de aguas tranquilas sobre las que se reflejaba la fortaleza de la montaña, ahora estaba encrespado por el viento. La montaña había perdido su solidez, envuelta por grises nubes de tormenta.


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(Próxima entrega el miércoles 22 )

dimecres, 8 de febrer del 2012

La fotografía velada Capitulo III.5



Capítulo III - 5

Aquella semana fue muy ajetreada. Por fin había conseguido todos los materiales para la decoración de la casa de los Peláez. Ahora tenía que conseguir que, los grupos de diferentes operarios, fuesen trabajando sin descanso y sin obstaculizarse los unos a los otros. Tarea ardua. Los hombres son muy competitivos y creen saber de todo, así que se pasan el rato sacando los defectos del trabajo ajeno y no ven los suyos.
Por fin había llegado el viernes y me despedí de mis hombres hasta el lunes siguiente. Tenía otro trabajo en cartera. Alfonso Garriguez, uno de los gurús económicos más consultado de los últimos tiempos, me había encargado la decoración de su casa de la sierra. La quería renovada y apunto para la próxima temporada de nieve. Como estaba de vacaciones en las Islas Seychelles, yo me fui a pasar el fin de semana al chalet para inspirarme.
Después de tomar un baño en aquella piscina circular, que simulaba un atolón coralino, hasta con su isla en el centro, ocupada por una pérgola revestida por una frondosa emparradera de dama de noche; me dispuse a descansar de mi ajetreada vida en la tumbona acolchada y dejar que la brisa acariciase mi piel bañada por el sol de la tarde.
Cuando el mundo comenzaba a desvanecerse, sonó la voz de Diana Krall
Bésame, bésame mucho
como si fuera esta noche la ultima vez. 
 
Bésame, bésame mucho
que tengo miedo de perderte
perderte después.

Bésame, bésame mucho.
Quiero sentirte muy cerca,
mirarme en tus ojos, verte junto a mi.
Piensa que tal vez mañana
yo estaré lejos, muy lejos de ti.

Bésame, Bésame mucho
como si fuera esta noche la última vez.

Aquella canción recogía mis sentimientos respecto a Jorge, por eso se la asigné en el móvil. Durante toda la semana había esperado oírla y ahora ya no esperaba oírla, resonaba en la paz de Navacerrada.
¡Dígame! – De sobras sabía quien era, pero estaba un poco molesta por aquellos cinco días de silencio, de espera.
Hola Julia. Soy Jorge.
Jorge ¿Qué Jorge? – Intente ponerme dura, pero tan pronto hube pronunciado aquellas palabras me sentí ridícula.
Perdona no te haya llamado antes, he tenido que atender unos asuntos urgentes y no quería molestarte con mis desgracias –. Pobre. Había entendido el mensaje subliminal de mi pregunta. Ahí estaba la razón por la que no me había llamado: no quería molestarme. Qué considerado. Qué tierno.
Creía que había quedado claro que soy tu amiga y estoy para ayudarte –, sonaba un poco a reproche y no me gustaba –. Llamame siempre que quieras –, intenté suavizarlo con aquel ofrecimiento, poniendo la voz tierna.
Pues la verdad es que ahora necesito una amiga, por eso te llamaba –, su voz sonaba melancólica –. ¿Podemos vernos?
Sí, claro –, ¡Oh, Dios mío! Aquello iba mejor de lo que yo creía. Pensé con rapidez –. Estoy en Navacerrada, cerca de la Barranca Helada. Te paso las coordenadas para el GPS. Ven es un sitio estupendo.
¿Pero qué haces ahí?
Trabajar. Tengo que hacer un proyecto para decorar esta casa para la temporada de nieve.
¿Llevo los esquíes? – Parecía que recuperaba el buen humor.
Podrías traer una botella de vino, para tomar junto a la chimenea.
No podía creerlo, iba a venir. Una casa en medio de la sierra. Rodeada de bosque, con vistas a un lago precioso. Una tarde luminosa que auguraba una noche radiante de estrellas. Era todo tan romántico.
Entre en la casa y me puse a buscar con que adornar el momento y alguna cosa para preparar la cena. Aquella casa estaba preparada para recibir en cualquier momento a un nutrido grupo de visitantes, así que encontré suficiente vituallas como para preparar una cena para dos.
En algo más de una hora estuvo allí Jorge, Madrid solo está a 55 kilómetros.
¿Has traído bañador? – le pregunté.
¿No había que reproducir un tiempo invernal? –, me contestó a la vez que negaba con la cabeza mi pregunta.
Busqué entre la dotación de la casa y encontré de todo, bañador de slip y de bóxer, bermudas, toallas y albornoces. ¡No hay nada como ser rico!
Ponte esto –, le pase un bañador de boxer. No me gustan las bermudas en los hombres, no se les nota el culo, ni el paquete. – Creo que será de tu talla.
Salió con el albornoz puesto. Cuando se lo quitó para echarse a la piscina, pude apreciar un culito gracioso y un paquete, que no era ostentoso, pero tenía una cierta presencia.
La tarde pasó como un suspiro y con las últimas luces del día nos disponíamos a preparar unos filetes en la barbacoa. La noche confirmó su promesa, un manto de estrellas iluminaba nuestras cabezas y la brisa nos traía la fragancia de la Dama de Noche de la isla de la piscina.
Cuando has llamado antes, te he notado preocupado por algo –. La noche era larga y era mejor sacar las penas al principio de la cena, así el vino vendría a suavizarlas y la velada podría ponerse interesante.
Te había dicho que me habían surgido unos asuntos urgentes. ¿Recuerdas que te hablé del padre Antolínez? El que estaba en coma –. Asentí con la cabeza –. Ha muerto. He traído la foto, para que vieras como aparece ahora con nitidez –. Se quedó mirándome a los ojos y sonrió –. Ahora me parece una tontería. Tienes razón, no tengo que pensar más en la fotografía –. Se acercó y me besó con aquella delicadeza que había tenido el domingo pasado. Cerré los ojos y me sentí flotar entre las estrellas.
La cena fue un continuo intercambio de insinuaciones. Miradas cargas de intención. Cortaba con extremada lentitud trozos pequeños de carne que introducía en mi boca entre abriéndola y sacando la lengua para recibirla. Mientras le miraba a los ojos. El me miraba con deseo, controlando sus más elementales instintos. Una caricia en la mano. Un suspiro, mientras ponía los ojos en blanco. Imitaba mis insinuantes movimientos y me daba a probar bocados deliciosos que el mismo preparaba con los distintos ingredientes que teníamos en la mesa.
Después de la cena fuimos a la pérgola de la isla. Allí había preparado unas velas aromáticas de colores, que había encontrado en la casa. Nos tendimos en el suelo. Rodeados por las luces de las velas, contemplábamos las estrellas reflejadas en el lago.
La fragancia de la Dama de Noche, el suave aturdimiento del vino, la brisa de la noche. Nuestros cuerpos se entrelazaron participando de la danza de los elementos. Caricias suaves como el viento, temblorosas, vacilantes como las llamas de las velas. Nuestros cuerpos se encontraban en la noche, cada caricia, cada roce, cada mínimo contacto encendía una luz vibrante como una estrella, en nuestras mentes se iba dibujando el firmamento de nuestro amor. Aquella noche dibujamos constelaciones, nebulosas y unas cuantas galaxias.
Exhaustos, pero con la felicidad en nuestros ojos, nos acostamos en la habitación principal de la casa. Entrelazados, nos dejamos llevar por el sueño reparador.
A las mañana siguiente, el sol entró a raudales por el gran ventanal, dándonos la bienvenida a un nuevo día con un cálido abrazo.
El aire estaba lleno de fragancias florales y de trinos de los pájaros canoros del bosque. Él continuaba a mi lado, abrió los ojos, me miró y me dio un tierno beso de buenos días. De un salto se levantó.
Voy a prepararte el desayuno – y volvió a besarme.
Me quedé mirando el lago por el ventanal. Era todo tan perfecto. Me pellizqué para cerciorarme de que estaba despierta.
Cuando salí, al cabo de unos minutos, Jorge había preparado un desayuno a base de zumos, tostadas, queso, jamón y una ensalada. La cafetera comenzaba a humear.
Te quiero –, y me dio otro beso. Era más de lo que había esperado. Lo bese y volvimos a reproducir nuestro firmamento en aquella cocina, entre el aroma del café y la miel que derramó en mis pechos y lamió con voluptuosidad. Yo comí en él la mermelada de arándanos. La noche había sido un estallido de luz y el día estaba resultando ser una explosión de gustos. Al final se derramó el zumo y la leche sobre la lisa superficie del banco de la cocina.
Nos dimos una ducha, para ayudar a bajar aquellos alimentos que habíamos tomado, el uno en el otro. Volvimos a juntar nuestros cuerpos bajo los chorros de aquella ducha de agua templada.
Más serenos, nos sentamos a contemplar el lago. Entonces le dije:
Iremos a ver a mi padre.
¿Cuando? – Me lo pregunto sin aquella ansiedad que había demostrado días atrás.
Ahora. ¿Quieres? – Me quedé mirándolo. Parecía dudar.
No sé... Hace unos días solo quería eso, pero ahora... –, me miró y me acarició los cabellos –, ahora solo quiero estar contigo. No quiero pensar en todo ese asunto.
Un día u otro te volverá a asaltar la duda y volverás a caer en ese estado de depresión en que estabas el domingo –. Le di un beso –. Iremos hoy. Afrontaremos juntos lo que nos depare el futuro –. Me besó.
Te quiero.
Te quiero –, lo había dicho en voz alta. Cuantas veces había soñado con decirle esas dos palabras. Una lágrima de felicidad recorrió mi mejilla –. Soy feliz.

dissabte, 4 de febrer del 2012

La fotografía velada Capitulo III.4,


   
Capítulo III - 4

El Martes siguiente, por fin pude tener unos minutos libres, fui a ver a mi amiga Isabel. El Bebol-Babel, aunque era agosto, estaba bastante concurrido. En los últimos años, no todas las empresas cierran sus puertas en verano. Contratan jóvenes en practicas para cubrir las vacaciones de su personal. Sueldos míseros y una promesa: « Si vales, puede que te incorporemos a nuestro equipo de trabajo. » Estos jóvenes pululan por Madrid tras un modo de vida que han soñado durante su adolescencia y que solo se pueden permitir porque sus familias continúan pagándoles la vivienda.
Isabel, en cuanto me vio, dejó a Andrés en la barra, sirviendo a tres embelesadas aspirantes a mileuristas.

¿Cómo terminó lo del domingo? – Me espetó sin darme tiempo ni a tomar asiento.
¡Hola, Isabel! Estás muy guapa hoy –, le contesté con sorna.
Déjate de pamplinas, que tengo el local lleno. Cuéntame, quien era ese del otro día. Aquella llamada nos cortó la conversación y no te pude sacar nada.
Eres incorregible Isabel –, no podía guardar un secreto sin que ella me lo viera escrito en la cara y hurgara hasta sacármelo –. ¿Te acuerdas que ya te había hablado de aquel primer amor que tuve en mi pueblo?
¿No, no me digas que es él?
Después de tantos años, cuando ya lo había olvidado...
¡Olvidar tú! –, no me dejó acabar la frase.
Sí. Ya lo había superado –. Contesté con sequedad, cortando cualquier discusión sobre este asunto.
Pero, cuenta, como fue la cosa. Estaba sirviendo mesas y de pronto os vi saliendo juntos.
Le conté la noticia del accidente y lo afectado que se encontraba, que fuimos a su casa y que una cosa llevo a otra y …
¡Y, y! ¿y qué? – Estaba ansiosa por los detalles picantes. Decidí complacerla, confiando en centrar su atención en lo prosaico, para no entrar en el fondo de aquella increíble historia de la fotografía.
Lo veía tan indefenso, tan vulnerable, que le di un beso.
¡Un beso! Y ¿ya está todo?
Fue un beso intenso –. Volví a revivir aquel momento –. Comenzó como un leve roce de nuestros labios. Se entreabrieron con un cierto recato. Volví a acercar mis labios y el me los tomó entre los suyos. Mi lengua entró con timidez en su boca, noté un ligero sabor a whisky y un dulce recuerdo a melocotón. Su lengua acarició la mía y penetró en mi boca inundándome de placer – , mientras le contaba aquellos detalles, tenía los ojos cerrados y volvía a sentir las mismas sensaciones que aquella noche.
¡Calla, calla! Me estás poniendo a cien –. Mi amiga tenía una imaginación muy viva y aquella descripción la trasportaba y se veía como la protagonista.
¡Qué exagerada!, Isabel.
Pero continua. No te pares ahora.
Como quedamos, callo o hablo –, le dije riéndome de ella. Al menos había conseguido centrar su atención en aquel aspecto de la historia –. No pasó nada más, estuvimos besándonos y acariciándonos un rato. Él ya se había calmado y yo consideré que para una primera cita ya estaba bien.
¡Cómo! ¿Después de tanta pasión lo dejaste? – me miró con reproche –. Eres mala. Pobre chico –. En su voz se dejaba entrever una cierta compasión por Jorge.
Ese pobre chico todavía no me ha llamado. ¿Tú que opinas?
No sé, Julia. Al fin y al cabo es solo un hombre. Ya sabes como son.
No, no es solo un hombre, Isabel. Es Jorge, mi primer amor –. Le miraba pidiéndole ayuda –. Ya le perdí una vez. No quiero volver a perderle.
¡Para el carro, amiga! – Isabel me miró fijamente a los ojos –. Solo es un hombre. Ese Jorge del que tú hablas no existe. Es producto de tu imaginación. Lo has idealizado durante la edad del pavo y todavía no has desplumado.
No tiene nada que ver con aquella idea que yo tenía de él. Es totalmente diferente... –, veía a mi amiga mientras miraba en mis recuerdos aquel prototipo de hombre perfecto – No, no tiene nada que ver. Este Jorge, el real, es tierno, indefenso ante la vida. Lloró por sus amigos muertos, como no lloran esos hombres que son pura testosterona. En su casa tiene fotografías con caras que despiertan los sentimientos más solidarios. Es humano, de hueso y carne... suave, cálida y sabrosa carne.
Estás muy mal, querida –, Isabel me tomó de las manos y me habló como una hermana mayor –. Estás idealizándolo más de lo que ya lo tenías. Ahora despierta tu espíritu maternal y quieres protegerlo de todo mal. Solo es un hombre, como todos. Tienen una neurona y la tienen en la punta del capullo. No puedes confiar en ninguno.
Eres muy bruta, Isabel. Si es así, cómo es que dejas a tu marido entre tanto estrógeno suelto.
¿Andrés? – sonrió con una cierta ironía –. Andrés es un gandul. Ya ves tú. Con la fama de trabajadores que tienen los catalanes y yo voy a parar con el único holgazán. A mi me gusta el sexo, y él está satisfecho. Le gusta hablar y engatusar a las jovencitas, pero puedo confiar en que tiene claras sus prioridades: no morder la mano que te da de comer.
Lo tienes tú muy claro –, le contesté incrédula.
Escuche una conversación que tuvo con un antiguo amigo. Él no sabía que yo estaba allí. El amigo le decía: «Aquí te pondrás las botas con tanta tía buena», Andrés le contestó : «Nano, yo ya tengo una mujer de puta madre. Todas esas niñas pijas no me interesan. ». El amigo no se lo podía creer: «Tío, cómo que pasas de estas pibitas ». Andrés contestó: «¡Tira, va! Están todas por criar y yo no quiero pasarme el rato educando a ninguna. Y las que saben mucho, quieren cosas raras: cuero, fustas, esposas... Yo quiero la tranquilidad de la parienta. Ella sabe lo que me gusta y yo se lo que le gusta » –. Me miró a los ojos –. ¿Te das cuenta? Estoy tranquila con él porque es un gandul y no quiere esforzarse ni para el sexo. Él dice que es un artista y a los artistas no se les puede pedir responsabilidades.
No sé que decir. Si felicitarte o compadecerte.
Lo que quiero decirte es que los hombres son como son, no como queremos nosotras que sean.
Esa cita filosófica es muy profunda –, le respondí con socarronería – Pero ¿le llamo o no le llamo?
Creo que tienes que enfriarte un poco, querida –. Me miraba con afecto –. Tengo miedo que te encariñes demasiado y te rompa el corazón. Deja que él te llame, así sabrás si también tiene interés y podrás pensar mejor las cosas.
Le agradecí a mi amiga la conversación. Me había hecho pensar. Y aun cuando me había generado más dudas que certidumbres, había decidido seguir su consejo de esperar a que él me llamara.
Al salir me despedí de Andrés, que estaba cortando limón en la barra.
Adiós artista –. Se lo dije mientras le daba la espalda y me dirigía a la puerta.
¿Por qué lo dice? – Le preguntaba a mi amiga.
Seguramente por conforme cortas el limón –, le contestó Isabel, que no quería hablarle de la conversación que habíamos tenido.
Soy como un Dalí de las pequeñas cosas –, dijo en voz alta para que yo pudiera escucharlo –, y Isabel es mi Gala – y la tomó por la cintura mientras hacía ostentación de su arte dándole un beso, que desató los gritos de sana envidia de la concurrencia.
Al salir, sin volverme, les salude con la mano.

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próxima entrega el miércoles 8 de febrero

Animaros y participar en la historia, todavía no la tengo terminada. Dejad una opinión  diciendo como creéis que acabara. Podéis sugerir alguna cosa.

Solo quedan unas pocas entregas más. 

Gracias a todas y todos los que estáis siguiendo esta historia.