dimecres, 22 de febrer del 2012

La fotografía velada Capitulo III.7,



  Capítulo III. 7

Volvimos a hacer de la casa del bosque nuestro nunca-jamás particular; del lago, nuestra fuente de vida; y de la montaña, nuestra fortaleza.
El verano fue trascurriendo con las intermitencias que dictaba nuestro trabajo, entre semana una frenética carrera hacia el fin de semana siguiente. Durante la semana nos absorbía de tal manera que no nos dejaban demasiado margen para la melancolía, pero de vez en cuando veía un bote de mermelada y me acordaba de Jorge. En aquellos momentos deseaba que fuese el viernes para encontrarme con él en nuestro paraíso, en nuestro universo privado.
La demoledora rueda de la vida seguía girando, y así como molía las esperanzas, también molía nuestros temores. Acabamos por pensar que aquel viejo vagabundo, con nombre de mago de opereta, solo era un charlatán que nos había embaucado con su palabrería de feria. No teníamos motivo para preocuparnos, y en todo caso, si era verdad lo que decía el viejo brujo, siempre teníamos nuestro amor, que nos salvaguardaba de los funestos efectos del conjuro.
Llegó el doce de octubre y con él el festival de la antigua escuela de Jorge, pero no tuvo valor para asistir. El padre Fulgencio le había dicho que harían un acto especial en recuerdo de todos los compañeros ausente y Jorge sería el que recibiría los honores en nombre de todos. Aquella propuesta le sumió en la melancolía. Desde entonces empezó a cambiar algo en su interior. Yo no me percataba, estaba muy enamorada y cada momento que estaba con él era como un sueño. Nuestros trabajos nos separaban entre la semana y los fines de semana eran muy cortos para mí. Fue a partir de octubre cuando Jorge empezó a tener que asistir a congresos y seminarios de fin de semana, a los cuales su empresa le obliga a asistir. Yo maldecía a su empresa, a los datos y al dios de los análisis de datos.
Encendieron las luces de navidad en Madrid y iluminó las sombras de mi desesperación. Por fin tenía la solución, como había tardado tanto en darme cuenta. Corrí hacía el Bebol-Babel, tenía la urgencia de contárselo a mi mejor amiga.
Lo tengo todo pensado, la noche de fin de año se lo pido –. Isabel me miraba sorprendida.
Pero por qué tienes tanta prisa. Apenas lo conoces –. Esperaba más entusiasmo por parte de mi amiga.
Lo conozco desde pequeña –. Respondí un tanto molesta.
Mujer, eso no cuenta. ¿Cuanto hace que vais juntos?, ¿tres meses? – Parecía que estaba decidida a hundirme la moral.
En julio nos dimos el primer beso –. Saboreé el recuerdo de aquel momento.
Bueno, pero si el primer día que lo conociste te echaste encima de él–, me reprochó aquella que decía ser mi amiga.
Ya sabía que era mí hombre.
Tú lo que estás es enamorada hasta los tuétanos –. Sonreí y afirmé con la cabeza –. Pero ¿y él? – Vaya pregunta, a quien se le ocurría.
Pues también – Vaya con la preguntita, pues no me estaba haciendo pensar que...
Y tú ¿cómo estás tan segura? – La muy … sabuesa.
Porque eso una lo sabe –. Mi respuesta era convencional, como sacada de un manual de tópicos.
Escucha Julia. Te hablo como amiga. Te quiero mucho, tú lo sabes. – Me miraba con unos ojos tiernos, mientras me tomaba de las manos –. Creo que te precipitas pidiéndole que se case contigo.
Pero si es la solución, nos queremos y solo podemos estar juntos algunos fines de semana –. Mi voz sonaba como una súplica. Como si mi amiga fuera la autoridad divina, la que tenía que darnos su bendición y autorizar nuestro matrimonio.
Cariño –, Isabel acarició mi cuello y acercó su cabeza hacia la mía, hasta que nuestras frentes se juntaron –. Solo me preocupas tú. Pero, ¿has pensado en que puede ser que a él no le guste que tomes tú la iniciativa? Es un hombre después de todo. Si le pides tú el matrimonio, y en la fiesta de fin de año, puede que salga corriendo –. Me vi de pronto en la Puesta del Sol, de rodillas abriendo una caja con un anillo, y en la pantalla gigante la cara de asombro y bochorno de Jorge. Le conté a Isabel mi visión y nos asaltó un ataque de risa. Veíamos a Jorge huir despavorido entre el público de la plaza, mientras le abrían camino a la vez que le hacían la ola.
¿Si le digo que se venga a vivir conmigo, crees que se lo tomará mejor? – Sugerí
Seguramente no saldrá, corriendo –. Volvió a reír –. Pero por si acaso, que no salga en la pantalla gigante y díselo mientras le metes manos.
¿Mientras le meto mano? – No lo entendía.
La neurona la tendrá concentrada en el asunto y no pensará en salir huyendo.
Así que estaba todo decidido, en la fiesta de fin de año, después de la última campanada, después del beso de año nuevo y mientras mi mano le hurgara entre la entrepierna, le susurraría al oído mi propuesta.
Estaba nerviosa. Lo llevaba todo en secreto. Había vaciado una parte de mi armario y había hecho hueco en la alacena del baño. Había comprado un galán de noche como regalo de bienvenida. Me había comprado un vestido de fiesta que era como el lazo de un regalo, que pedía a gritos que lo desembalara, y dentro estaba yo, como un manjar dispuesto para ser saboreado.
Sonó el timbre de la puerta, era él.
Sube, ahora mismo salgo –. Le dije por el telefonillo del portero automático.
Sonó el teléfono. «Dios, todo a la vez. Y a mí me falta todavía ponerme los pendientes», pensé mientras cogía el teléfono.
Dígame – Alguien dijo mi nombre –. Sí, soy yo ¿Qué sucede? – En aquel momento oí cerrarse la puerta del apartamento. Era Jorge. Se acercó a mí justo a tiempo para recogerme cuando mis piernas perdieron su fuerza.
¿Qué pasa Julia? – Me miraba, yo no podía responder, la cabeza me daba vueltas. Él tomó el auricular y habló –. Julia esta un poco indispuesta, ¿qué ha pasado?
Siento haberles dado esta mala noticia, y más en un día como este.
¿De qué mala noticia me habla? – Jorge me interrogaba con la mirada, pero me faltaba aliento para poder hablar, y las ideas las tenía confusas.
El señor Villaplana ha fallecido no hace todavía una hora –. La noticia también le golpeó a él.
Estaremos allí en una hora. Lo que tardemos en llegar. Salimos ahora mismo –. Las palabras se le apelotonaban en la boca. Colgó. Me miró y nos fundimos en un abrazo. Di gracias por tener a mi lado a Jorge en un momento como aquel.
Ya más serena, pensé que sería mejor cambiarme de ropa antes de salir para la residencia.
En poco más de una hora estábamos ante el cuerpo sin vida de mi padre.
Sentimos mucho su perdida –. La enfermera de noche, nos informó de la posibilidad de velar el cuerpo aquella noche en una sala especial que tenían en la residencia. Nos dijo que los operarios de la funeraria estaban preparando el cadáver y en unos minutos podríamos pasar a la sala.
Gracias –. Solo quería estar a solas, con Jorge. Poder llorar en su hombro.
¿Cómo ha sucedido? – Preguntó Jorge, refiriéndose a la muerte de mi padre.
Ha sido un final amable. Cuando hemos ido a despertarlo para ir a la cena de fin de año, lo hemos encontrado durmiendo. No hemos podido despertarlo. Ya no tenía pulso –. Respondió la enfermera.
Se ha ido soñando –. Lo dije con alivio. Después de toda esa enfermedad tan degradante, por lo menos al final no había sufrido. – Seguro que soñaba con mi madre.
Al cabo de unos minutos, nos dejaron pasar a la sala. Mi padre estaba allí, dentro del ataúd, como dormido.
Más tarde nos trajeron unas bandejas con el catering de la cena que la residencia estaba sirviendo en aquella noche a sus huéspedes.
En el silencio de aquella sala, resonaba como un recuerdo la música de la cena de gala, en la que una orquesta reproducía éxitos de hacía cuatro décadas. Aquella música me llenó de melancolía. Ya no volvería a ver más a mi padre. Ahora ya no tenía a nadie. Pero no era así. Allí estaba Jorge, con sus manos entre las mías. Dándome el calor de su compañía, y la comprensión de su silencio. Aquella tenía que haber sido la noche en la que iba a pedirle que viniera a vivir a mi casa. En aquel instante cesó la música. Nos mirábamos sin saber exactamente que pasaba. De pronto estallaron las carcasas de un castillo de artificios. Era el año nuevo. El dos mil once. Habíamos sobrevivido al conjuro de Melquiades. Nos besamos. Le miré a los ojos, y lo vi claro, ese era el momento.
¿Quieres casarte conmigo? – Salieron las palabras por mi boca con la ternura de un suspiro. Él se echo hacia atrás.
Pero Julia, ¿qué dices? – Su cara se había convertido en un mapa de arrugas que convergían en el fruncido de su ceño–. Tú padre está ahí, todavía caliente, y tu estás pensando en bodas –. Soltó mis manos y yo me sentí sola ante un mundo inhóspito.
Pero te quiero –. Pero en mi cabeza oía la voz de Isabel «y él, ¿te quiere?» – ¿Tú me quieres? – Hice la pregunta y temí la respuesta.
No es eso, Julia –. Eludía la respuesta –. Este no es el momento.
Me he quedado sola en la vida –, con la mirada le supliqué comprensión –, y no quiero estar sola. Quiero compartir mi vida contigo.
Pero este momento es muy delicado. Ese sentimiento de soledad que te ha dejado la muerte de tu padre, te puede engañar. Y si no es amor lo que sientes, que pasará cuando te recuperes de este sentimiento de perdida y te encuentres encadenada a mí. No quiero ser una carga para ti.
¿Lo dices por mí o por ti? – Aquellas palabras me penetraban como cuchillos. Sentía como se abría en mi pecho una brecha que llegaba hasta mi corazón. Lo sentía latir con fuerza, cada vez más rápido, a punto de estallar.
Puede que también lo diga por mí. Sí –. Bajó la cabeza. Rehuía mi mirada –. Últimamente me siento un poco agobiado por tu... – dudaba, no encontraba las palabras con que suavizar lo que quería decirme –, por tu amor.
¿Agobiado? – Le grité –. Pero si apenas nos vemos. Entre semana hablamos poco, y solo cuando yo te llamo, y los fines de semana... ja, los fines de semana no nos vemos porque siempre tienes algún viaje, algún seminario de empresa o … – acababa de verlo claro –, son solo excusas para no estar conmigo, ¿verdad?
No quiero discutir. Este no es el momento –. No me quería y no era lo bastante valiente como para decírmelo a la cara. No sé por qué en aquel momento volvieron a sonar en mi cabeza las palabras del viejo Melquiades: «Todo se acabará cuando tu padre pague o se muera », «el amor puede anular los efectos del hechizo».
Tú te has aprovechado de mi. Te has escudado en mi amor, para no morir y ahora que ha muerto mi padre, te ves libre y me dejas tirada –. La rabia cargaba de veneno mis palabras.
Julia, creo que debo irme antes de que diga algo de lo que me arrepienta –. Su mirada era tierna, pero a mí me pareció insultante –. Creo que te quiero, pero necesito que tú me quieras como soy, con mis limitaciones, respetando mi espacio.
¿Qué quieres decir, que yo soy la culpable? –. Al final estalló, pero no fue el corazón, sino una sonora bofetada que le regalé de despedida.
Sus ojos se inundaron y los míos lanzaban rayos que le perforaban la espalda mientras se alejaba por el corredor.
Cuando Jorge desapareció por las escaleras de acceso al aparcamiento, mi padre asomó la cabeza por la puerta de la sala de velatorio.
¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! – Mi padre estaba vivo. Pero ¿cómo era posible? Pulsé el timbre que llamaba a la enfermera de noche. Mientra llegaba, intente hablar con mi padre.
Papa, ¿estás bien? Siéntate, no te vayas a marear –. No podía creer lo que estaba viendo. Mi padre estaba muerto hacía unos segundos y ahora...
¡Soy inmortal! – Saltaba y bailaba. No lograba que se quedara quieto. Entonces entró la enfermera. Al ver a mi padre, que por fin había despertado del profundo sueño de la muerte, llamó por un telefonillo a sus compañeras y les pidió que llevaran un inyectable con tranquilizante.
Cuando llegaron sus compañeras, se dieron cuenta que no habían traído la medicación y la enfermera salió a toda prisa hacia el depósito de estupefacientes.
Yo estaba confusa. Jorge se había ido. Le había dicho cosa que realmente no pensaba. Le había hecho daño y ahora se había ido de mi vida. Me asomé a una ventana del corredor, desde allí pude ver como subía en su coche y salía del aparcamiento. En mi cabeza resonaban las palabras de Isabel «Creo que te precipitas». Quise llamarlo por la ventana, pedirle perdón. Pero la ventana no se abría. Corrí hacia la calle y grité:
Jorge, vuelve. Perdóname. Vuelve –, corría agitando mis brazos –, mi padre está vivo.
Creo que me vio por el retrovisor. Cuando estaba saliendo a la rotonda, paró el coche y se giró hacia mi. No vio como se le echaba encima un camión de gran tonelaje, que no pudo frenar a tiempo.
Yo estaba allí plantada, pidiéndole perdón a gritos. Ante mis ojos, cargados de culpabilidad, aquel camión arrolló el coche de Jorge y lo dejó sepultado entre un amasijo de metal y plástico. Caí de rodillas justo en el momento que el coche estalló en llamas.
Perdí la noción del tiempo. Empecé a despertar de aquel letargo cuando una enfermera de la residencia me envolvió en una manta.
Los bomberos apagaban el incendio del coche y rescataban de la cabina del camión al conductor, que todavía estaba vivo. La ambulancia llegaba en ese momento, y la guardia civil controlaba el tráfico y sacaba fotografías del accidente.
La enfermera me acompañaba a la residencia arropada en la manta. Me abrazaba para darme más calor. Miró hacia el edificio y dijo:
Su padre, está ahí –. Lo había olvidado, mi padre estaba vivo.
Sí. Está vivo, ¿verdad? – Pero ella señaló hacia la terraza de la residencia.
Su padre, está ahí arriba –. Mi padre estaba en lo alto de la terraza y en un movimiento inesperado en alguien de su edad, se subió sobre la caseta del ascensor.
¡Soy inmortal! – Gritaba y bailaba bajo la luz de la primera luna llena del año –. ¡Puedo volar como Superman! – Tomando carrerilla, se lazó con el brazo derecho extendido y el puño cerrado hacia un vuelo sin escalas, que lo llevó directo al otro mundo.
El médico dice que padezco estrés postraumático que bloquea las imágenes más impactantes de aquella noche. No puedo caminar, me molesta la luz y la gente. Solo viene a visitarme Isabel. Hoy me ha traído una fotografía de aquella montaña con el lago de aguas cristalinas. Entre los reflejos de sus aguas, me parece ver la cara de Jorge, transparente, como en aquella fotografía velada.

fin


Como se dice en catalán: "conte contat, se'n va per un forat". 
Hasta el próximo cuento. 
Que tengáis felices sueños.  

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