dilluns, 31 de desembre del 2012

Un cuento de Navidad I

Penya del Corb, pesebre viviente de Corbera del Llobregat
Un cuento de Navidad
I
En Corbera de Llobregat, como cada año, se prepara el pesebre vivo más antiguo de estas tierras. Más de doscientas personas dan vida a aquel momento que recuerda el nacimiento de Jesús, el que llegaría a ser Dios de los cristianos. Como cada año, el número de espectadores ha ido creciendo, y este año, el año más duro de una crisis sobrevenida por los excesos de los usureros, especuladores y soberbios en general, la gente ha pensado  

–¿Donde iremos a pasar la víspera de Navidad?
–¡Ah!, como no tenemos un euro podemos ir aquí al lado, a Corbera de Llobregat, a ver el pesebre. 
–¿Y no vamos mejor al Centro comercial, de tiendas y a ver una película?
–Sí, sí. ¡Yo me pido un cubo muy grande de palomitas!
–¡Sí hombre! Con la que está cayendo, ¡qué no me han pagado la extra este año!
‒¡Nos aburriremos un montón, papa!
–Nada de eso. No habéis estado nunca en el pesebre viviente. Piensa que no son figuras, que son personas entre las que puedes caminar y los oyes hablar y los ves hacer trabajos ...
–¿Y nosotros también podemos hacer de personajes del Belén?
–No sé. Quizá sí.
–Yo me pido hacer de pastorcillo.
–Yo de pastorcilla.
–Que tontos que sois, yo me pido de rey Herodes, que tiene un castillo y soldados.
Así ha ido llenándose de visitantes la Penya del Corb, donde ya hace medio siglo que se viene representando este pesebre.
Uno de los momentos álgidos de la representación es la venida del ángel de la anunciación, aquel que vino a decirle a María que se había quedado preñada, claro  el palomo del espíritu santo la debe tener muy pequeña y la pobre María ni se había percatado.
Este año, la aparición en escena del angelote ha sido espectacular. Parece como si se abriera el cielo, un rugido estrepitoso baja junto a focos de luz cegadora que cae sobre  el portal del pesebre, donde la Virgen María de este año -que no es otra que Carme, la hija de Carmeta la pescadera, que en primavera de este año se le apareció un palomito durante las fallas de San José y le hizo un bombo una noche de luna llena en la playa de la Malvarrosa - acaba de dar a luz en directo y en exclusiva por los visitantes que en este momento se encuentran más cerca del pesebre. 
De entre medio de aquella luz cenital se ha ido manifestando un ángel con un largo vestido de plata y oro, y unas alas enormes, que extendidas dan al ángel una envergadura el doble de su altura. Este personaje empuñaba un espada de luz, roja como una llama, que iluminaba de rojo su cara, que quedaba a contra luz, en la penumbra. En resumidas cuentas recuerda un guerrero sith del lado tenebroso de la fuerza, un servidor del archimalvado emperador de la guerra de las galaxias.
La gente, medio cegada por los foco de luz, se ha encogido con un cierto recelo; entonces se ha oído la voz atronadora de un aparato de megafonía que procede de detrás de la aparición:
–En nombre de Dios y por orden del Papa de Roma – , se ha oído como un eco al fondo  «y toma» – se hace saber a todo el mundo que el toro queda expulsado del pesebre –. El ángel hace una pequeña pausa que pareció larguísima por el silencio que acompaña a la sentencia de exilio –. El burro se puede quedar, ya que después la sagrada familia debe viajar a Egipto. Esta orden se ejecutará inmediatamente y sin posibilidad de apelación.
El silencio se ha instalado entre la gente del pesebre viviente y los visitantes, solo se escucha el zumbido de unas aspas gigantes, como si alguien tuviese calor y hubiese puesto en marcha un ventilador de techo. El angelote empieza a ascender acompañado por una fanfarria de trompetas, pero de pronto detiene su ascensión y hace una bajada muy rápida, se oye un ¡oh!, mortecino, todo el mundo ha creído que se mataría en la caída, pero no, se para en seco y se vuelve a oír aquel trueno de voz:
–¡Ah! Se me olvidaba. Vengo a anunciaros que Dios a nacido –. Vuelve a sonar la fanfarria mientras el angelote reanuda su ascensión.
José, en la realidad Albert el garrut, anarquista profeso, sale del pesebre y grita a las alturas:
–¿Y aquello de «Paz para los hombres de buena voluntad »? 
–Eso ya no se lo cree ni Dios –, se escucha como se lo anuncia el ángel desde las alturas, pero sin megafonía.
La luz se ha ido arriba arriba, hasta convertirse en un puntito en el cielo estrellado de esta noche de luna llena. Por esta razón, algunas personas que se han situado en un cerro próximo, para hacer una merienda campestre, con fuet, tortilla de patatas y unas botellitas de vino negro del terreno, han podido observar como un aparato semejante a un helicóptero, con un logotipo en los laterales que les recuerda el escudo papal, se aleja del escenario del pesebre vivo.
Cuando la luz se ha perdido en este cielo nocturno, un pesado silencio cae como una losa sepulcral sobre la Penya del Corb. Todas las miradas están puestas en el toro del pesebre. Este nunca se había sentido tan observado, está acostumbrado a estarse allá, todo quieto, rumiando la paja que el José le sirve, lanza su aliento para calentar el recién nacido y, de vez en cuando, da un mugido, como una saludo para tranquilizarlo y espantarle las pesadillas.
El toro inclina la cabeza y sale del pesebre. Cuando ya ha atravesado el umbral,  Albert le da una abrazo ‒ Ánimo, hermano ‒. El toro se le queda mirando desde la noche sin estrellas de sus ojos,  san José, entendiendo un reproche en su mirada, le dice ‒ Hazte cargo. Tengo mujer y un niño acabado de nacer, no puedo enfrentarme con las autoridades‒. El toro gira la cabeza y mira al Jesusito, da un mugido de despedida que llena de melancolía los corazones de los asistentes. El pobre recién nacido, que no es Dios, ajeno a los acontecimientos, ha entendido que el toro le canta una de sus nanas y sonríe de satisfacción.
El toro empieza a descender por la cuesta, dirige sus pasos a “ca el sastre”, quien al verlo hace entrar en la casa a toda su familia y la cierra con cerrojo. La figura de aquel angelote gigantesco, con la cara ensangrentada y ojos rojos, le hacía venir cagalera.
En el descenso lo intenta en todas las casas del pueblo y en todos los casos se encuentra con la puerta cerrada y atrancada.
El pobre toro es ve empujado al exilio por la falta de la solidaridad de sus vecinos. La voluntad del Papa oprime a  los hombres de paz, que a pesar de tener simpatía por el pobre animalito, temen al enviado Papal, con aquella figura terrible, más propia de los infiernos que del cielo. Pero así son estos tiempo donde todo se ha vuelto al revés.


Continua el éxodo del toro del pesebre de Navidad hacia el sur. Dentro de cuatro días llegará una nueva entrega con las nuevas aventuras del protagonista y el desenlace del cuento.

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