La fotografía velada
Capítulo I. 2
Mis conocimientos sobre
fotografía no me ayudaban a encontrar una explicación lógica, ya
que solo alcanzaban a mirar por la pantallita de las nuevas cámaras
digitales y apretar el botoncito de disparado. Eso sí, era capaz de
poner el selector del menú en “automático”, de otra manera me
hubiera sido imposible hacer una fotografía. De todas formas, he de
confesar que prefiero estar delante del objetivo que detrás de la
cámara.
Tengo cierta habilidad en
seleccionar las fotografías que más me gustan y llevarlas a
revelar. Diríais que esto no es una habilidad, que seleccionar unas
fotos y que otro las revele es una acción fácil y que no comporta
ni dificultad ni responsabilidad.
Os equivocaríais.
Estaríais profundamente equivocados. No hay mayor responsabilidad
que la de seleccionar unas fotografías que van a ser el testimonio
de unos momentos irrepetibles de nuestras vidas.
Detengámonos por un
momento en este punto. ¿Alguien quiere ser recordado con el dedo
metido en la nariz, hurgándose, o con un moco a medio sacar, con un
extremo pegado al dedo mientras en su mirada se dibuja la paz
interior del que por fin ha alcanzado el nirvana?
Que nadie quiera
engañarse haciéndonos creer que realmente le gustaría que otros lo
pudieran contemplar eternamente en esta actitud, por una parte tan
beatífica, pero por otra tan irreverente.
Hay que reconocer la
responsabilidad de seleccionar los momentos que nos gustará
recordar, y en los que nos gustara que nos recuerden.
Pero no solo es una
cuestión de responsabilidad, también es una habilidad o más bien
una cualidad. No todos tienen la voluntad de pasar horas viendo
fotografías, decidiendo cuales escoger y cuales desechar, cuales
formarán parte de nuestro legado memorístico y cuales serán
borradas de nuestra memoria y de los verdaderos hechos acaecidos. Lo
que no se muestra en imágenes no ha sucedido. Este es el nuevo
eslogan de los medios de comunicación. Muchas veces las cosas no han
llegado a suceder, pero como hay imágenes que lo sugieren, llegamos
a creer que han sucedido realmente.
Por todas estas razones
estoy muy orgulloso de mi habilidad y responsabilidad de seleccionar
y mandar revelar fotografías. Yo soy el señor de los recuerdos, el
que decide lo que ha sucedido y lo que jamás ha pasado.
En mi calidad de señor
de los recuerdos, aquella fotografía me llenaba de inseguridad.
¿Había estado yo en aquel colegio? ¿Por qué no se veían con
nitidez las formas humanas?
Aquellos gigantes
retorciéndose bajo el peso de aquel ojo que extendía su poder sobre
el velado grupo y que transcendía el plano de la fotografía hasta
penetrar en mí.
Me inquietaba.
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