diumenge, 22 de gener del 2012

La fotografía velada Capitulo III.1



Capítulo III . 1
 
Era viernes, el último día de aquel caluroso julio. Madrid estaba apunto de cerrar sus puertas por vacaciones y yo trabaja contra reloj. Intentaba tener todos los materiales, necesarios para la decoración de los Peláez, antes de terminar el día. ¡Qué importaba que durante agosto tirara la persiana la industria! El que tiene dinero no quiere oír excusas. Los Pelaez se habían ido a pasar el verano en Marbella y no volverían hasta mediados de septiembre. Para su vuelta querían tener su casa decorada con un ambiente otoñal, que destacara su riqueza, pero sin las notas  kitsch de los nuevos ricos.
La casa era una locura. Gente sin parar de entrar y salir. El teléfono sonando sin parar.
– Señorita, ¿donde dejo esto? – los operarios no paraban de pedir instrucciones. Odio el desorden. Quiero cada cosa en su sitio, así puedo controlar en todo momento el proceso del trabajo. El precio que debo pagar es ser el blanco de todas las preguntas. Nadie se atreve a mover una silla sin pedirme permiso. Hace tiempo que trabajo con este grupo. Ya me conocen y saben que mis manías logran que las obras acaben a tiempo, que los clientes estén satisfechos y que tengamos más contratos.
– ¿Julia Villaplana? – Resonaba en mi cabeza la voz de una telefonista.
– Yo misma. Dígame
– Le llamo de decoraciones NewAir. Le paso con el señor Narvaez.
– Buenos días señorita Villaplana. Le llamo para avisarle que el biombo con reproducciones de “Los cinco sentidos”, de Hans Markart, no lo podemos servir hasta septiembre.
– ¿Cómo? Imposible –, cuando empezaba en este negocio, esta clase de noticias me sumía en la desesperación, pero ahora ya tenía la suficiente experiencia como para no perder la calma –. Si no lo tengo aquí antes de acabar el día tendrán que pagar la clausula de indemnización. Le recuerdo que al firmar el contrato recalqué este punto.
– Pero no ha llegado todavía y cerramos hoy.
– Ese es su problema –, iba dejando caer las frases con serenidad, como hachazos en un tronco caído. – Ya le di una señal– , carraspeó al otro lado del teléfono. Notaba que tambaleaba su fortaleza –. Usted puso el precio, con un generoso margen de beneficios –. ¡Zas!, otro hachazo. Todo consistía en transmitir seguridad, no titubear.
– Y ¿si se lleva otro biombo parecido? – Me indigné
– ¿Cómo dice?
– Puedo añadir también un jarrón Ming –. Insistía. Quería comprarme. El negocio de la decoración no es para las grandes masas. Un incumplimiento de contrato no solo conlleva las sanciones previstas, también conlleva una mancha en el prestigio de la empresa y una disminución del volumen de negocio.
– Y ¿para qué quiero yo un jarrón Ming en una decoración otoñal? – Hice una pequeña pausa para subrayar mi indignación –. ¿A caso quiere insultar mi profesionalidad?
– Usted perdone, señorita Villaplana. Sea como sea, se lo mandaré hoy mismo, pero puede que sea esta tarde o...
– No importa la hora. Pero llame antes de venir. No me falle –. Le colgué, tenía otra llamada en espera.
– ¿Señorita Villaplana? –, sonó a la otra parte del teléfono una voz masculina, pero con una musicalidad característica que no supe identificar en aquel instante.
– Sí. Dígame.
– Buenos días. Soy el padre Fulgencio, director del colegio “Santa Sapiencia”.
– En que puedo servirlo –, imaginé que se trataba de una oferta de trabajo.
– Me gustaría poder hablar con su padre. Hace años, trabajó para este colegio, antes de irse a Madrid –. Así que se trataba del colegio de curas de mi pueblo. Guardé silencio. No sabía a dónde quería ir a parar–. Estamos celebrando el 50 aniversario del centro y queríamos hablar con su padre... para pedirle si tenía la amabilidad... de prestarnos los negativos de sus trabajos... para una exposición... –. Se le notaba un poco tenso. Iba hablado a trompicones, como si improvisara lo que decía. ¿A caso ocultaba alguna cosa?
– Lamentablemente, mi padre no está en disposición de mantener una conversación razonable con nadie.
– Lo siento. Espero que se mejore. Si usted es tan amable de facilitarme el teléfono de su padre, lo llamaría más adelante …
– No, padre. Su enfermedad no es pasajera. Está en una residencia especializada. Jamás volverá a ser responsable de sus actos.
– Usted disculpe por mi falta de tacto.
– Está usted disculpado.
– ¿Podría pedirle un favor?
– Usted dirá.
– Yo no puedo desplazarme a Madrid, pero ¿podría entrevistarse con un antiguo alumno de nuestro centro? Forma parte de la organización del Festival del 50 aniversario.
– No tengo problema, siempre y cuando sea el próximo domingo.
– Estupendo. Muchas gracias, señorita. El próximo uno de agosto el señor Jorge Cordrac la visitará. Pero ¿dónde podrá encontrarse con usted? – Aquel nombre, hacía mucho tiempo que no lo escuchaba.
– A las seis de la tarde en el
Bebol-Babel, está en la  calle  Meléndez Valdés, en el barrio de Argüelles –, Jorge, que recuerdos. Me leía un libro cuando era pequeña... ¿qué libro era...?  ¡Ah, sí!– Llevaré un libro. La isla misteriosa de Julio Verne.
– Muy bien. Allí estará.


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(próxima entrega el miercoles 25 de enero)

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