diumenge, 15 de gener del 2012

La fotografía velada Capitulo II. 4

Capítulo II. 4

Su mirada era intensa, con aquellos ojos violeta con inquietantes tonalidades granate. Me miraba taladrándome. Me sentí penetrado por un tempano. Por fin decidió que yo solo era una alma cándida, que desconocía tanto la vida notoria como la oculta de mi antiguo compañero.
– Tenemos una oficina en Valladolid –, pensé que era curioso que utilizase el plural para referirse a los negocios de Vicente –. Apenas hace un año que la abrimos y Vicente no quería dejarla de la mano hasta que estuviera consolidada –. Ahora hablaba con aplomo, sin sombra de aquella rabia que había demostrado un minuto antes –. Eso decía él –. Pausa. Comenzaba a cambiarle la cara. Sus mejillas se sonrojaban y el granate de sus ojos iba predominando sobre los tonos violetas –. ¡El muy canalla! Tenía un lío con una pelandrusca que había colocado de secretaria en aquella oficina –. Se quedó mirando mi cara de sorpresa.
– ¿Vicente te ponía los cuernos? – No pude retener el comentario. Yo conservaba una imagen de mi amigo como un muchacho cohibido ante las mujeres. No tenía mal aspecto, pero la educación religiosa que habíamos recibido, junto con que el colegio era masculino, habían creado un trauma en mi amigo que lo dejaba paralizado e indefenso ante las mujeres. Todavía estaba sorprendido al ver a su esposa, una mujer muy atractiva, que respiraba sensualidad por todos sus poros. Ahora me descubría que no solo tenía una mujer, sacada de un sueño erótico de siesta veraniega, sino que también tenía una aventura con su secretaria. Por un segundo intenté imaginarme a la secretaria... ¿como podía superar a la mujer?
– Conmigo no quería, pero se fue a celebrar el cumpleaños con su secretaria. Parece ser que les entró el calentón en mitad de la sierra, de camino a un “hotelito con encanto” –, hizo el signo de las comillas alzando sus manos a la altura de los ojos –. Llovía intensamente y el talud de tierra les cayó encima en plena orgía.
– ¿Cómo? – Estaba atónito.
– Fue todo muy embarazoso –, no pudo resistir más y comenzaron a desbordarse las lágrimas de aquellos ojos de nuevo violetas –. Yo estaba allí plantada, mientras las máquinas quitaban la tierra. Sacaron el coche. Llevaba el descapotable. Había echado la capota y la tierra la había hundido por completo. Me acerqué con la guardia civil, mientras quitaban la capota, empezando por la parte de delante. No había nadie allí. Por un momento tuve la esperanza de que aún estuviera vivo, de que hubiera podido salir del coche antes de la avalancha. Pero cuando pudieron destapar la parte trasera, todos vimos el cuerpo desnudo de un hombre sobre el de una mujer. Era Vicente y su secretaria –. Se me abrazó llorando desconsoladamente. La abracé, tratando de trasmitirle el calor de la comprensión de un amigo. Le acariciaba el pelo y le susurraba palabras de consuelo –. Me dejó por aquella desconocida y se murió avergonzándome ante todo el mundo –
– No pienses así –, solo quería consolarla. No podía entender como había llegado a eso mi amigo –. Vicente tenía que estar mal de la cabeza. Tú eres una mujer muy hermosa ... –. Ella, que tenía su cabeza bajo mi barbilla, la alzó para mirarme y sus labios se encontraron con los míos. Los entre abrí un poco y su lengua me penetró como una barrena. Notaba su empuje y por momentos iba perdiendo el equilibrio. Retrocediendo, tropecé con una de las tumbonas y caí de espaldas. Ella, ahora, estaba sobre mi. Arrodillada sobre la tumbona me continuaba sondeando la boca con su lengua, puntiaguda y dura, mientras me habría la camisa con un decidido tirón. No pude estarme de pensar «¡A la mierda con la camisa!, con lo que me cuesta encontrar camisas a mi gusto... »
De pronto se levantó. Tiró de las solapas de mis harapos y me dijo: – Ven. Vamos al dormitorio –. Ya no lloraba. En sus ojos había vuelto a predominar el granate y yo no sabía como interpretarlo.
Al llegar a la habitación me empujó para que cayera de espaldas sobre la cama. Me cogió los pantalones por la cintura y se disponía a tirar de ellos cuando le cogí las manos y le dije:
– Ya me los quito yo – Ella rió.
– ¿No te excita que te los quite yo? – Me miraba con una sonrisa sensual, mientras estaba sentada sobre mi cintura y movía sus nalgas sobre mi pubis.
– Preferiría tener los pantalones enteros cuando me tenga que ir –. Acerté a decir. Una cierta indecisión me tenía atrapado. Me abandonaba a la lujuria con aquella especie de diosa del amor, o protegía mi vestuario para poder huir con un mínimo de decoro.
Retrocedió un poco y comenzó a desabrocharme los botones de mis pantalones. Cuando, acabó el trabajo, se puso en pie y los cogió por las perneras y dio un fuerte tirón para despojarme de aquella segunda piel. Después fueron mis boxer. De nuevo se sentó sobre mi y se quitó el sujetador. Sus majestuosos senos quedaron jugando con su libertad recién adquirida.
Su pelo caía sobre mi cara. Lo balanceaba, bajando por mi torso hasta llegar a mi pelvis. Descendía hasta que su lengua tocó mi ombligo y fue subiendo hacia el pecho, donde rodeó mis pezones, primero con la lengua, después con los labios y cuando yo ya estaba relajado, con la neurona y la sangre en la cabeza... del falo, sus dientes atenazaron la erección de mi pezón derecho y tiraron hacia arriba.
– ¡Quieta, quieta! ¡qué me destetas! – Ella rió echando la cabeza hacia atrás y moviendo su sedosa melena.
Volvió a mirarme, con aquellos destellos granate en sus ojos, cada vez más cerca,  hasta que me penetró la boca con aquella lengua dura, larga y puntiaguda. Sus caderas no paraban de moverse y mi erección iba en aumento. De pronto se alzó un poco y al volver a sentarse me noté dentro de ella. Húmeda. Cálida. Movimiento puro. Contracciones que me succionaban. El movimiento circular de sus caderas. Sus ubres, duras de silicona, se aplastaban sobre mi. En un momento que pude tomar la iniciativa, me dispuse a sorber de aquellas turgentes fuentes de néctar, pero notaba un tacto extraño y un gusto peculiar. Aquellos pechos de dimensiones perfectas, resultaban demasiados grandes y rígidos para poder jugar con ellos con facilidad.
Aumentaba el ritmo y el vigor de su movimiento. No sabía si podría resistir mucho tiempo a ese ritmo tan frenético, cuando se incorporó medio cuerpo y me clavó sus uñas en mis pectorales, mientras hacia rodar el pelo con movimientos enérgicos de cabeza y gritaba – Sí, sí, sí – . Mi erección quedó suspendida por el dolor que sentía en el pecho. Todavía la tenía dura, pero ahora estaba seguro que no podría correrme. Ella continuaba gritando – ¡Corre, caballito, corre! –. Cada vez estaba más asustado. Aquella mujer no estaba bien. ¿Ahora me llamaba caballito? Me hundía sus uñas sin ninguna compasión y comenzaba a darme palmadas en la pierna, seguramente para que corriese más.
Su ritmo aumentaba. Sus gritos cada vez eran más altos y menos comprensibles. En el momento álgido gritó un – ¡Ah! ¡Sí! – , mientras alzaba sus caderas y soltaba su presa,  mi torso sangrante. Después se dejó caer.
– ¡Ah!, que  a gusto me he quedado –, una sonrisa llenaba su cara, dando testimonio de sus palabras –. ¿Te ha gustado?
– ¡Oh, sí! Me he quedado como dios –. Mentí, no quería volver a empezar, tenía sus uñas marcadas en mi piel y me escocia el pecho como si acabara de depilarme con cera muy caliente.
– Pero todavía la tienes dura–, se percató que mi herramienta continuaba montada y dispuesta para una nueva faena.
– Espera –. Se levantó y fue a hurgar en el cajón de la mesita de noche. Sacó unas esposas recubiertas de piel de pelo largo –. Ven, te esposaré a la cabecera de la cama. ¡Ya veras que divertido!
– ¡No, no! Por favor no lo hagas –. Solo de verla con las esposas en la mano comenzó a bajarme la hinchazón–. No puedo soportar estar encadenado. Durante la guerra de Bosnia me hicieron prisionero y me encadenaron a un objetivo de la aviación. En el primer ataque, los aviones de la OTAN nos sobrevolaron y nos ametrallaron. Me ha quedado un shock postraumático.
Aquella excusa fue liberadora. Me comprendió y me dejo ir. Nos vestimos y tomamos un pequeño desayuno en el jardín.
Comencé a hablarle del objeto de mi visita, a parte de darle el pésame. Le dije que buscaba una fotografía de cuando íbamos al colegio. Ella, que había perdido el interés por las cosas de su marido, me entregó una caja con fotografías de Vicente.
– Toma. Te las puedes llevar si quieres. Yo iba a tirarlas al contenedor.
Allí estaba la fotografía... pero... había alguien más. ¡Era don Antonio!, nuestro profesor. ¿Qué habría pasado? Tenía que llamar al padre Fulgencio inmediatamente.
– Muchas gracias por todo. Pero tengo que irme.
– Me ha gustado conocerte, Jorge. ¿Cuando volveremos a vernos? –. Volvió a escocerme el tórax.
– He de salir de Madrid durante unas semanas. Ya te llamaré –. Ella volvió a agarrarme por la solapa de la camisa rota y me beso en profundidad. Yo pensé en mi difunto amigo y comprendí su necesidad de huir de aquella mujer. Seguro que su secretaria era un encanto de mujer, sin manías, normal.

4 comentaris:

  1. Hola Xavi, realment m´ha encantat. Saps que he començat a llegir-lo aquest matí i no he pogut parar fins que he arribat a l´última escena. Bé, com en totes les coses hi ha alguns matissos que es podrien fer però el que més m´ha agradat és la capacitat que tens per a situar al lector en l´escena amb un realisme impressionant, jo no sé res de literatura però el fet destar escrit en primera persona li dona molta força i fa que entres del tot en la història. A més a més saps que hui estava especialment cavilosa per tots els esdeveniments que hi ha al voltant i m´ha vingut molt bé abstraure´m.
    Espere ansiosa la pròxima entrega.

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  2. Gràcies Loles, sobre tot pels comentaris als matisos que em feres ahir. He disminuït el nombre de pints encara que continua havent-hi "pechuga". Aquest diumenge trauré publicaré la continuació.

    El millor afalag que em fas és dir que t'ha servit per evadir-te i treure't els maldecaps durant un instant.

    Un bes, ulls de mel.

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  3. Acabado el capítulo 2, me ha gustado el hecho de que aunque se monte una escena de "ensueño" con una mujer de "ensueño" luego el asunto se tuerza con matices de realidad (las tetas siliconadas) y con las manías de la mujer en sí. Ese punto creo que ha hecho ganar más al capítulo.
    Aún así me ha parecido raro que ella llegara al clímax antes que el y el "despasarme" de los botones, seguro que está bien puesto pero me ha sonado a valenciano, ¿desabrocharme no estaría quizás mejor?.
    Ya ves, dos tonterías de nada, pero los únicos "peros" que he visto.
    Saludos!

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  4. Muy bien visto el error de despasar, que según la RAE tiene el significado de 'Retirar una cinta, cordón, etc., que se había pasado o corrido por un ojal, jareta', mientras desabrochar tiene el de 'Desasir los broches, corchetes, botones u otra cosa con que se ajusta la ropa'. En este caso es evidente que la palabra justa es desabrochar. Ya está corregido.
    En cuanto al hecho que la mujer llegue al orgasmo, mientras el hombre no llega, es un recurso para expresar el carácter dominante de la mujer. El juego erótico se basa en una relación dominatiz / dominado, que no ha estado previamente pactada, por lo que la mujer impone sus condiciones al personaje, que se siente forzado. Con esta experiencia, Jorge llega a comprender porque su amigo buscó el amor en otra mujer menos espectacular, pero más normal.

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