divendres, 6 de gener del 2012

La fotografía velada. Cap. II. 1




Capítulo II



Como contar esta historia sin que las lágrimas la emborronen. Por dónde empezar a contar los avatares que el destino me tenía reservados.


Mi madre murió cuando yo apenas tenía diez años. Una rara enfermedad vino a fulminarla en poco más de tres meses. Desde aquel momento, mi padre fue todo lo que tenía en la vida. El siempre había estado presente en todos los momentos decisivos de mi vida. Su calor y su cariño me había calado hasta los huesos y lo notaba allá a donde iba, por muy lejos de él que estuviera.


Hacía un tiempo, mi padre había contraído Alzheimer. Su deterioro fue imparable, hasta el punto que ya no pude cuidar más de él.


Con todo el dolor de mi corazón, no tuve más alternativa que dejarlo ingresado en aquella residencia.


Hasta aquel momento, no había experimentado el amor por nadie más que por mi madre –casi no me quedan recuerdos de ella – y mi padre. No tenía nada ni nadie que me ligara a la vida. Siempre habíamos sido mi padre y yo.


Aquel 25 de Julio de 2010 celebré mi cumpleaños junto a mi padre. Los dos solos entre el bullicio del espacioso salón de la Residencia “El reposo”. Cumplía treinta y dos años. Aun cuando trataba de alegrar la cara, ante mi veía la vida como un río cuyas aguas rápidas, inexorables, me conducían hasta mi futuro. Un futuro donde veía en la decrepitud de mi padre la mía propia.


Había comprado una pequeña tarta y un par de cirios: el tres y el dos. Mi padre estaba contento, como un niño en su propio cumpleaños. A todo aquel que se acercaba le gritaba: «¡Es el cumple de mi hija!».


De pronto se acercó un anciano de aspecto curioso. Tenía una barba tupida y larga y una melena de las mismas características. Una tez, como si pasara la vida a la intemperie, parecía bronceada por las brisas marinas. Era alto y delgado. De sus ojos grises, como sus cabellos, emanaba una seguridad que me provocó un escalofrío de inquietud.



– ¡Vaya, vaya! ¡Fotomatón! Con lo feo que eres y lo bonita que es tu hija–. ¿Aquello se suponía que era un piropo para mi? Aquel viejo no me gustaba, pero no me atreví a decirle nada.

– Julia es linda como su madre –, respondió con complacencia mi padre.

– Así qué cumple treinta y dos años –, hizo la observación mientras me miraba a los ojos. –¡Fotomatón, recuerda el revelador!

– ¡Vete viejo diablo! – . Mi padre reaccionó cambiando su humor. Ahora gritaba con ira y en sus ojos había miedo.

– ¡Disfruta de tú último cumpleaños juntos!–. Dejó aquel augurio vibrando en nuestros tímpanos, mientras se alejaba con una de aquellas risas caver nosas de los malvados de las películas de serie B.

– ¿Quien es ese viejo antipático? –, me había dejado intranquila.

– ¿Melquiades? –, ese era el nombre del enigmático anciano,– solo es un viejo loco. Se hace pasar por brujo.

– Parece como si te conociera de hace tiempo – hice la observación sin la esperanza de recibir respuesta, ya que la enfermedad no le permitía mantener una conversación coherente durante más de cinco minutos.

– Lo conocí cuando me dedicaba a la fotografía –, respondió, para mi sorpresa con una lucidez a la que ya no estaba acostumbrada. – Por eso me llama Fotomatón –. Hizo una pequeña pausa. No parecía perdido en una niebla de incertidumbres, como era normal en su estado actual de salud, sino que parecía sopesar qué podía contar y qué tenía que callar. – Le compraba materiales para el laboratorio de fotografía–, hizo otra pausa, midiendo las próximas palabras. – Era medio brujo.

– ¿Por qué te ha dicho lo del revelador? – Estaba intrigada, cuando el anciano le recordó el revelador, a mi padre le cambió el estado de ánimo.

– Solo es un revelador en mal estado –, se sumergía de nuevo en la vorágine de unos recuerdos desordenados que formaban su realidad privada, íntima; donde los que le rodeábamos no éramos más que sombras que podíamos ajustarnos en el desarrollo de los acontecimientos pasados, los cuales revivía en su cerebro. –¡Vete al infierno, viejo diablo!– Se fue alterando de tal manera que la enfermera tuvo que administrarle un calmante en vena.


Salí de aquella residencia con la pesada sensación de estar sola en la vida.


En mis oídos todavía resonaba la voz del anciano Melquiades: «¡Disfruta de tú último cumpleaños juntos!».


El frío de la soledad se instaló en mis huesos.
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(próxima entrega el día 8 de enero)

1 comentari:

  1. Ays, de que poca ayuda te voy a ser, porque por ahora poco más puedo decirte que me encanta. Me ha sorprendido el cambio de personaje (me encanta que me sorprendan!) no se porque pensaba que estaría todo contado por el mismo personaje, pero este giro le da una visión más amplia a la historia.
    Aunque los estilos son totalmente diferentes, me recuerda a Murakami en el sentido de que mezclas a la perfección lo cotidiano con lo ligeramente extrao o perturbador como ese «¡Disfruta de tú último cumpleaños juntos!»

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