diumenge, 29 de gener del 2012

La fotografía velada. Capítulo III. 3


La fotografía velada. Capítulo III. 3

Mientras mi amiga, con la sutileza de una araña, tejía una red dialéctica, que tenía como objetivo sonsacarme quien era mi acompañante y que destino le tenía reservado. Sonó el teléfono de Jorge, un canto gregoriano: el requiem aeternam.
– ¿Dígame? – Preguntó Jorge –. ¡Ah! Diga, padre. Diga usted –. Escuchaba en silencio y yo observaba con el rabillo del ojo como iba cambiando su semblante –. Gracias por avisarme, padre.
– ¿Qué pasa, Jorge? –, le pregunte alarmada ante la palidez de su rostro.
– Era el padre, Fulgencio.
– Pero, ¿qué te ha dicho, que te has quedado pálido?
– Ahora mismo te traigo un whisky –, dijo alarmada Isabel, y se fue con rapidez hacia la barra.
Jorge se quedó en silencio mirándome. Podía ver como se le inundaban los ojos. Le tome las manos.
– ¿Qué ha pasado?
– Un accidente terrible... –, las lágrimas resbalaban por sus mejillas y la voz se le enganchaba en su garganta reseca. Llegó Isabel con la copa de whisky. Yo le hice señas para que se fuera, no era momento para compartir con extraños.
– Han muerto todos... –, bebió un pequeño sorbo y su cara se contrajo cuando el licor pasó abrasando su silencio –. Todos. Todos muertos.
Yo no podía hacer mucho, solo consolarle con caricias. Lo abracé y durante un rato estuvo llorando sobre mi hombro. Notaba como temblaba entre mis brazos, como un pajarillo caído del nido. Le susurraba al oído palabras de tranquilidad. No recuerdo lo que le decía, solo recuerdo su perfume. Olía a vitalidad, a ganas de vivir, mientras lloraba con el único consuelo de mi abrazo. Tuve que haberme puesto en alerta ante aquella aparente paradoja, pero solo podía sentir ternura. Estaba cayendo en las arenas movedizas del amor, era consciente y no me resistía.
– Ayer enterraron en un pueblecito de Toledo a mi antiguo maestro del colegio –, ya un poco más repuesto, comenzó a hablar –. Estuve allí con mis antiguos compañeros de clase. Como en nuestro pueblo están de fiestas mayores, ha coincidido que todos estaban allí pasando unos días, así que alquilaron un autobús para ir a despedir a nuestro más entrañable profesor. Yo estaba ya en Madrid, comienzo mañana a trabajar. He acudido desde aquí con mi coche –. Una pausa. Volvían a asomar las lágrimas. Respiró hondo. Retuvo durante un momento el aire en sus pulmones, logrando retener sus sentimientos tras el velo de sus profundos ojos oscuros –. Ayer por la tarde, durante la vuelta al pueblo, el autobús de mis amigos ha sufrido un accidente. Se salió de la carretera, cerca del pueblo. Donde la montañita, ¿recuerdas las curvas de ese puertecillo? –
– No. Desde que salí del pueblo a los diez años, no he vuelto.
– Es una curva bastante traicionera, en el barranco del moro. El autobús se ha ido hacia abajo. Ha chocado contra unas rocas y se ha incendiado. Han muerto todos... quemados –. No pudo resistir más, lloró como si estuviera viendo arder a sus compañeros.
– Es una tragedia –. No podía decir nada más. Los hombres para consolar no saben hacer otra cosa que hablar y hablar. No comprenden que lo que se necesita es solo el cálido silencio de una amiga. Volví a abrazarle, hasta que él se repuso y comenzó a contarme el porqué de su visita.
– Todo tiene relación con la cuestión que me ha traído de nuevo hasta ti. Lo que te voy a contar parece un cuento chino, pero te aseguro que es por completo cierto –. Observaba mi cara, como esperando ver aparecer la incredulidad –. Te lo aseguro. Después podemos ir a mi casa y te enseñaré las pruebas.
Me explicó que tenía una fotografía del colegio donde tenía que aparecer un grupo de escolares y sus profesores, pero solo se veía un grupo velado. Que había ido al colegio para averiguar de que fotografía se trataba y conseguir una sin defecto, pero se encontró con otra fotografía igual, solo que aparecía un niño muy nítido y se podía distinguir un sacerdote que iba desvelándose. En su fotografía también había aparecido el niño y el sacerdote. Ahora, el padre Fulgencio le había llamado para comunicarle el accidente y decirle que en la fotografía aparecían todos menos él.
Después del rápido repaso de todos los acontecimiento que le habían pasado en los últimos seis días, debió de ver en mi cara el asombro. Notaba como mis ojos estaban abiertos de par en par y a duras penas conseguía tener la boca cerrada.
Me llevó a su casa. Estaba nervioso, quería comprobar si en su fotografía aparecía todo el grupo menos él. En cuanto llegamos a su piso se fue corriendo hacía su habitación, dejándome sola en la entrada. Lo vi salir.
– Pasa, pasa. Cierra la puerta –, cerré la puerta y pasé al interior de aquel apartamento minimalista. Por deformación profesional, tiendo a juzgar a las personas por la decoración de sus casa. Jorge era una persona simple, sin misterios. Su apartamento estaba vacío de cosas superfluas. Algunas fotografías enmarcadas rompían el blanco de sus paredes. Fotografías de personas en acciones diversas: un viejo limpiabotas en las calles de una ciudad medio derruida por la guerra, limpiando la bota de un casco azul; una vieja castañera en la plaza del Sol … – ¡Mira, mira! También aparecen en la mía –. Estaba muy alterado. Yo lo miraba sin acabar de entender su creciente nerviosismo –. ¿No comprendes lo que significa? – Me encogí de hombros y negué con la cabeza –. ¡Ahora solo quedo yo!, ¡todos los demás han muerto!
– Bueno, pero eso solo es una fatal casualidad.
– No, no. No lo has entendido. Cada vez que alguien muere, aparece en la foto.
– ¿Y el cura? –, dije como argumento que desmostaba su hipótesis –. Me has dicho que todavía no ha muerto.
– Está en coma. Los médicos no le dan más de dos semanas.
– Bueno. Coincidirás conmigo que esto es un poco absurdo –. Intenté serenar el ambiente poniendo un poco de racionalidad en todo aquel asunto–. Aún aceptando que esta fotografía no muestra a los personajes vivos y solo los muestra cuando mueren. ¡Uf! Me escucho y no puedo creerme lo que acabo de decir.
– Yo tampoco, pero aquí está la evidencia.
– Pero que solo quedes tú, Jorge, no indica más que serás el próximo en morir – no me dejo acabar mi razonamiento.
– ¿Te pare poco importante? – Parecía ofendido.
– Todos hemos de morir, Jorge. Serás el próximo, pero no sabemos cuando. Puede ser ahora mismo o dentro de muchos años –. Se quedó en silencio. Valoraba mi argumento.
– Tienes razón. Pero todo ha ido tan rápido, que no puedo dejar de pensar que hay algo más –. Se dejó caer en el sillón. Se quedó mirando al futuro por la ventana. Al cabo de unos segundos me miró, y entonces despertó de aquel trance –. Perdona mis modales. Siéntate, por favor. ¿Quieres tomar alguna cosa?
– No te preocupes por mi. Es natural que estés un poco ausente. ¿Te encuentras bien?
– Sí ... –. Respondió maquinalmente, estaba pensando en otra cosa –. El padre Fulgencio y yo habíamos pensado que tal vez tu padre supiera algo más sobre este fenómeno. En el archivo del colegio había una anotación del padre Antolínez, decía que tu padre había dicho que la fotografía tenía un defecto.
– Mi padre tiene alhzeimer. La mayoría del tiempo no sabe ni en el día en el que está.
– Pero este tipo de enfermos no recuerda lo que ha pasado hace diez minutos, pero sí el pasado más lejano. Igual hay suerte y sabe algo.
– Bien. Podemos intentarlo –. No me hacía mucha gracia molestar a mi padre con cosas del pasado. Aun recordaba como había respondido el día de mi cumpleaños. Pero veía tan desesperado a Jorge, pensé que podía tranquilizarse al ver a mi padre y comprobar que todo era un cúmulo de coincidencias –. Pero no puedo ir hasta el próximo sábado.
– Perfecto. Espero estar todavía vivo para entonces –, lo dijo con una sonrisa, un poco forzada, en su rostro. Trataba de animarse. Lo vi tan desvalido … No sé muy bien como llegó a pasar, pero le miré a los ojos y le besé. Un beso suave, primero, dulce y profundo después. Noté como aquel pozo de arena me succionaba, ya me apretaba las caderas. Yo sonreía de felicidad.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada